BAL HARBOUR SHOPS: La vidriera donde dejarte ver

Hubo una época en que la mítica Collins Avenue de Miami era un mundo de manglares. Una cadena vegetal arbustiva que entreteje escondites entre herbáceas y enredaderas. Quién podría imaginar ese humedal costero, refugio de crustáceos y alevines, barrera contra huracanes e intrusión salina, controladores la erosión y protectores de las costas como el sitio donde hoy reposan sombrillas de hoteles como el Ritz o el St. Regis.

En ese espacio que hace un siglo servía de refugio de flora y fauna silvestre, se instalaron William y Leona Whitman. Provenientes de Evanston, en el condado de Cook en el estado de Illinois, a la orilla del lago Míchigan, muy cerca de Chicago, llegaron a Miami con su hijo recién nacido Stanley Finch, quien había nacido el 15 de noviembre de 1918. Dejaron atrás una imprenta que siguieron manejando a la distancia.

El pequeño pasó toda su infancia deambulando por Miami Beach. Con gran visión su familia en la década del ´20, desarrolló Española Way que se convertiría en South Beach, adquiriendo propiedades en Lincoln Road.

De su propiedad fue Whitman-by-the-Sea, el primer hotel construido en Miami Beach después del paso del huracán de 1926. Un cuarto de siglo más tarde vendería la propiedad a Ben Novack quien lo convertiría en el Fontainebleau.

Para vivir, optaron la gran vereda junto al mar en Collins Avenue, entre las calles 29 y 44. Se encuentran entre las 25 primeras familias en incorporarse a la comuna de Bal Harbour Village, en los años 50. Fue allí donde el trío formado por los, para entonces, tres hermanos, el propio Stanley, junto a Bill y Dudley, crecieron en una casa frente al mar, localizada justo en la esquina de 32nd Street y Collins Avenue, donde hoy se erige el Faena Hotel Miami Beach. El primogénito asistió a la escuela secundaria Ida M. Fischer y se graduó en la Universidad de Duke. A sus 18 años su padre de 77 falleció de un paro cardíaco y su madre decidió vender la imprenta de Chicago y volcar ese dinero en adquirir bienes raíces en Miami. Dio continuidad a las ideas de su esposo con inversiones en propiedades en Lincoln Road y frente al mar en Miami Beach. 

Stanley conoció a su futura esposa en la Universidad. Una vez graduado, la Segunda Guerra Mundial lo encontró como oficial de la Marina de los EE. UU., de donde fue dado de baja con honores en 1945 luego de supervisar una flota de cazadores de submarinos.

La introducción a la vida civil lo involucró en un sueño que vivió de pequeño. Aquél glamour de Lincoln Road había marcado su infancia, cuando se había apodado a la calle como “la Quinta Avenida del sur”. Con eso en mente se imaginó un revival de Lincoln en el norte. Eligió la 96th y Collins. Decidió convocar a las marcas más lujosas del mundo y también las más exóticas. Para el predio pagó dos dólares por pie cuadrado (algo así como 6,5 dólares por metro cuadrado) que, para entonces representaba una pequeña fortuna.

Para el lugar proyectó una idea muy personal: un espacio que se sintiera al exterior, con calles y arboledas tropicales, con balcones y senderos, pero al aire libre, todo lo contrario de lo que se podría esperar de un shopping. Bajo esa idea criticada casi por unanimidad nace Bal Harbour Shops, el sitio que se convertiría en de los más famosos del mundo.

La idílica propuesta de Madison Avenue abrió sus puertas en 1965. Para entonces se autopromocionaba como un «pequeño enclave mágico en el océano”. 

Para entonces se veía un espacio detalladamente diseñado con palmeras para brindar sombra en las temperaturas más cálidas y naranjos que perfumaban naturalmente el paseo de los visitantes. Se convirtió en un centro comercial al aire libre en el área norte de la isla de Miami Beach y rápidamente escaló hasta convertirse en el primer destino minorista de moda de lujo de los Estados Unidos. Consultado Whitman por su interés por concentrarse en la moda de lujo y la joyería de alta gama, solía afirmar que “si hubiera convocado a tiendas que vendieran el tipo de ropa que usaba mi esposa, ¡me habría arruinado!”

Las raíces como una empresa familiar ya incluye a cinco generaciones desde Chicago a hoy. El secreto de la permanencia, según Matthew Whitman Lazenby, actual presidente y director ejecutivo, nieto de Stanley, radica en «que midamos el éxito en décadas y expresamente no en trimestres. Ese nivel de disciplina paciente no solo toma generaciones para construirlo, sino que también requiere de generaciones para ejecutarlo. Es a la vez profundamente modesto e increíblemente satisfactorio ser parte de algo más grande que tú, algo que existía antes de que llegaras y seguirá existiendo mucho después de que te hayas ido”. 

El sitio para dejarse ver

Con vidrieras sin precios, porque nadie les pregunta, Bal Harbour Shops, localizada en la pequeña comunidad del mismo nombre que Whitman ayudó a fundar en 1946, se convirtió rápidamente en un ámbito exclusivo de aspiración internacional tanto para las tiendas de grandes nombres como Versace, Dolce & Gabbana, Chanel o Gucci a los comercios minoristas de lujo selectos de diferentes orígenes, célebres como locales y a los que el propio centro comercial se encarga de poner en el gusto de la demanda. “Desde el primer día, fuimos un éxito rotundo”, no se cansaba de decir Whitman.

Bal Harbour Shops se convirtió en el sitio en que todas las celebridades se pasean, a donde las marcas se mueren por entrar, aunque la curaduría es exigente y promueve a las marcas personales de alto diseño y exclusiva calidad. Es el recorrido más célebre para hacerse notar. Eso de andar por los pasillos arbolados como calles pueblerinamente exquisitas es más que comprar. Se trata de colarse aspiracionalmente entre las fortunas rusas, los brasileños sin límite en las tarjetas y las nuevas riquezas hindúes. Es pasearse para admirar las creaciones en las vitrinas de las tiendas, pero también detenerse a observar los looks de los paseantes. “Es una verdadera experiencia de estilo de vida -detalla Matthew-. Nuestro exuberante enclave es un entorno comercial diferente a cualquier otro, que abarca restaurantes y eventos culturales durante todo el año. Es un destino que crea un vínculo con su clientela que dura toda la vida. Nuestros clientes siempre vuelven”.

Para comienzos de la década del ’80 fue el primer shopping en apostar al crecimiento vertical con un segundo nivel que agregó más de 30 mil metros cuadrados. Para 2012 agregó otros 5.600 y el 2017 inició un plan con una inversión de 550 millones de dólares para adosar 46 mil metros más. Con la finalización de obra prevista para el 2024, la superficie total del shopping alcanzará los 71 mil metros cuadrados. A las 120 tiendas con las que cuenta hoy, sumará otras 40 que se encuentran en lista de espera desde antes de comenzar las obras. 

“Intentamos ampliar la variedad y enriquecer la experiencia -explica Matthew-. Algunas de las tiendas actuales cambiarán su ubicación y ampliarán sus espacios. Se incorporará a la oferta gastronómica actual, una curada selección de propuestas para comer, afianzando de esta manera la importancia del centro gourmet, que hoy atrae a locales y visitantes internacionales. El sentido de escala actual no se modificará, tampoco las dimensiones de las áreas comunes entre los locales. Se preservará el carácter único, que nos hace tan distintivos. Con la proliferación del lujo, nuestro enfoque es mantener el carácter duradero y diferencial, mientras creamos nuevas experiencias atractivas para nuestra clientela”.

Por Flavia Tomaello