DON NAZARENO: Una historia familiar de Italia a Tigre

Silvia y Remo nos reciben en la oficina de Don Nazareno, el mercado de Av. Italia y Ruta 27, en Benavídez. El frío del invierno se mitiga con el sol que entra por los ventanales y el fuego de la salamandra. En medio de la habitación, hay una mesa repleta de fotografías y documentos. En las paredes, decenas de cuadros con más imágenes. 

Silvia y Remo son nietos de Don Nazareno, y ellos nos van a conducir a través de casi un siglo de trabajo duro, de felicidad, de tragedias, de progreso, y de un amor familiar que es la red que lo contiene todo.

1927

Si esta historia fuera una película, comenzaría con la imagen de una mesa tendida, en algún lugar de Falerone, en la provincia de Ferno, Italia. El almuerzo terminó, los comensales ya no están, pero los platos, los cubiertos, los vasos, siguen ahí, como si eso asegurara que, los que recién se fueron, fueran a volver algún día. A través de una ventana vemos a una familia que se aleja, cargando bultos: un matrimonio joven, una niña pequeña y una bebé en brazos.

Ahora la película da un salto de tiempo.  Es el 23 de noviembre de 1927. El “Atlanta”, que partiera de Nápoles semanas atrás, acaba de atracar en el puerto de Buenos Aires. La familia pisa por primera vez la tierra que les dará sustento. Es momento de ponerles nombre. Ellos son Nazareno Enei, de 25 años, María Montini, de 24, Teresa Enei, de 2 años y Ave Enei, de “0” años, como consta en el registro del Hotel de Inmigrantes.

“Don Nazareno era agricultor, y, en cuanto llegan, buscan tierras para cultivar”, dice Silvia. “Alquilan un terreno en una zona de quintas, antes de la curva de la ruta 27, donde hoy está Bahía Grande. Era un lugar inhóspito. Ahí tuvieron su primer rancho, y emprendieron el trabajo arduo que implicaba hacer las primeras siembras en una zona baja, de bañados, y con las crecidas que arrasaban todo. Pero ellos siempre quisieron la tierra y nos enseñaron eso. Habían venido buscando progreso, y en este suelo vieron la oportunidad de tener una vida mejor”.

“No fue nada fácil para ellos, pero tengo el recuerdo del nono Nazareno golpeando la tierra con el pie y diciendo: ¡Bendita tierra!”, completa Remo.

LOS PRIMEROS ARGENTINOS.

En los primeros meses, a la dureza del clima y la adaptación a una nueva vida, a los Enei se les sumó una tragedia.

Si bien no hay datos concretos en la familia, María habría llegado ya embarazada al país, pero, presumiblemente en el invierno de 1928, perdieron al bebé a causa de un enfriamiento. A partir de ahí, el matrimonio iba a tener siempre un gran miedo a los fríos, como recuerda Silvia.

En 1930, la depresión económica mundial golpea a la Argentina y encuentra a la joven familia ya instalada y haciendo sus primeros progresos. Pero las dificultades económicas se matizan con la llegada del hijo varón, Ferdinando José, y a quien, de ahora en más, nombraremos con el apodo con el que lo conocieron en toda la zona: Fiorino, quien será el padre de Silvia y Remo. En 1938, nacerá la cuarta y última hija de Nazareno y María, Ida. 

La siembra de Nazareno y María en su nuevo suelo comenzaba a dar frutos.

LOS CAMPOS Y UNA CALLE DE TIERRA.

La década del 40 comienza con una gran crisis: la crecida de 1940, que llegó casi a los 5 metros. “Tuvieron que dejar todo y salir en bote”, relata Silvia. “Ellos no estaban acostumbrados a ese tipo de fenómeno, tan común en esta zona. Fue su primera experiencia y un gran golpe para ellos, siempre lo recordaban. Pero, por supuesto, se repusieron y siguieron adelante”

A mediados de la misma década, Nazareno y María alquilan unas 5 hectáreas de tierras cultivables en Benavídez. Los campos están divididos por una calle de tierra sin nombre.

Es probable que sea casualidad, pero elegimos creer que es un guiño del destino: mucho más tarde, esa calle sería la Avenida Italia.

Toda la familia trabaja en los nuevos campos, incluso el joven Fiorino. “Mi papá va a continuar la actividad del padre, pero no era una tarea sólo para los hombres, las mujeres también salían a trabajar la tierra”, dice Silvia.

LOS DOS BACANES

Si volvemos a nuestra película, ahora veríamos una secuencia de imágenes superpuestas: hombres y mujeres trabajando bajo el sol, camisas de manga larga y sombreros, la cosecha, las pausas o marratacos, las ventas en los puestos de los mercados. Y también veríamos la aparición de un personaje, que tal vez no sea protagónico, pero sí fundamental para el desarrollo de la trama: Juan Francisco Ortenzi, más conocido como Morena.

“El hilo conductor de toda nuestra historia es el trabajo”, dice Silvia, “Por ejemplo, el trabajo conecta a Morena con Don Nazareno. Morena le compraba verduras al Nono, y un día le preguntó si Fiorino podía ir a trabajar con él. Y así papá empieza a trabajar con Morena repartiendo mercadería, y progresan tanto que crean la firma que primero se llamó Ortenzi y Enei”.

“Los dos venían siempre a contarle al Nono cómo les iba”, continúa Remo. “Una noche, poco después de que compraran su primer camión de reparto, Fiorino y Morena vienen a ver al Nono, que estaba sentado en la punta de la tranquera esperándolos. Y cuando ellos se bajan del camión, Don Nazareno dice: mirá, ahí llegaron los dos bacanes. Y ahí nomás quedó el nuevo nombre de la firma, Los Dos Bacanes, con el que trabajaron tantos años”.

Pero el hilo conductor del que nos hablaba Silvia no se queda ahí y continúa tejiendo la historia. “Habían progresado tanto que, además de vender la producción de Don Nazareno, tenían que comprar en otras quintas y otros mercados para completar el puesto”, cuenta Silvia. “En uno de esos campos, en la ruta 9, mi papá fue un día a cargar repollos y el dueño de ese campo, como no había quien cargara, le pidió a su hija Nélida que lo ayudara. Ella iba a ser nuestra mamá”.

INFANCIAS FELICES

Hacia 1958 Don Nazareno compra las tierras sobre la Avenida Italia. Fiorino y Nélida se casan y se van a vivir a Rincón de Milberg. Teresa y su marido Nito se quedan en el campo con Nazareno y María, pero toda la familia continúa cultivando, repartiendo y vendiendo en los puestos de los mercados. La infancia de Remo y Silvia está marcada por recuerdos y juegos en la quinta.

“Veníamos todos los fines de semana. Hacíamos nuestras quintitas, tirábamos semillas de maíz y veíamos cómo nacían las plantas”, recuerda Silvia. “Era una alegría ver crecer cada planta. También hacíamos casitas con los cajones de verdura, o jugábamos a la pelota”.

“Terminaban las clases y yo me mudaba acá, con mis abuelos y mis tíos”, dice Remo. “Tengo la imagen de ver a mi tío Nito y a Gabriel, un hombre que siempre trabajó con él, sembrando acá enfrente. Terminaban y se persignaban, agradeciendo lo sembrado y deseando una buena cosecha.

Otro recuerdo es que, cuando había crecida y estaba todo inundado, yo disfrutaba de poder andar a caballo por el agua, todavía no entendía la desgracia que era para ellos, porque de un día para otro, no quedaba nada, perdían todo”.

“Las vacaciones de Remo eran venir acá a jugar pero también a aprender todo el trabajo que ellos hacían”, completa Silvia. “Por eso sabe mucho de esto. Nacimos en esto, nos criamos en esto, es la vivencia que tenemos, de haberla pasado bien, de compartir en familia, de esas comidas con el Nono y la Nona, buenos recuerdos a pesar del trabajo duro y los momentos difíciles que después vinieron”.

EL DOLOR COMPARTIDO.

En septiembre de 1976, con 74 años, muere Don Nazareno. La familia apenas se está recuperando del dolor causado por la partida del Nono, cuando la golpea una tragedia del todo inesperada. El 13 de enero de 1977, de madrugada, Cachito, hijo menor de Teresa, de 15 años, muere en un accidente en la ruta, mientras iba al mercado con su hermano Jorge. 

“Yo era chica y recuerdo la fortaleza de la Nona apoyando a la tía Teresa”, dice Silvia.  “La Nona siempre decía que el Nono se había ido antes porque no lo hubiera soportado. Fue un golpe tremendo para la familia.”

“Cuando venía a la quinta, a veces me iba a dormir y tenía miedo”, recuerda Remo. “Mi tío Nito me acostaba y yo le pedía que no se fuera. Y entonces capaz que me despertaba a las 5 o 6 de la mañana y él todavía me tenía agarrado de la mano. Después lo entendí… se le había muerto Cachito.”

“Toda la familia estaba ahí, unida, haciéndole frente al dolor”, dice Silvia. “La nona María siempre decía: cuando uno comparte el dolor, es menos dolor,  y una alegría compartida, se disfruta más. Siempre nos enseñaba eso y a lo largo de los años pudimos comprobar que es verdad”.

FIORINO

En 1990, la familia Enei sufre otro duro golpe: la muerte de Fiorino, hijo de Don Nazareno y padre de Silvia y Remo.

“Nosotros vivíamos en Rincón, y mi papá todas las tardes venía a este lugar, a ver la quinta, que trabajaban  la tía Teresa, el Tío Nito y otros tíos nuestros por parte de nuestra madre”, cuenta Silvia. “Él venía siempre porque este es un trabajo donde tenés que estar permanentemente viendo qué se necesita, cómo está la cosecha, qué se vende en el mercado, cómo está la plaza de un artículo. Un viernes a la tarde, mientras manejaba viniendo para acá, papá tiene un infarto, choca en el puente del Guazú Nambí y fallece”.

“Estábamos acá con mis tíos esperándolo, viene un muchacho y me dice: tu papá tuvo un accidente en el Guazú Nambí”, recuerda Remo. “Salgo en el camión y cuando llego al puente, un policía me dice: no pasa nada, Remo, lo llevaron al hospital. Pero cuando estoy llegando al hospital, veo que había un montón de gente yendo para ahí, y entonces empiezo a ver que eran todos conocidos y amigos de mi viejo… y gritaban de dolor, querían meterse al hospital…Claro, la noticia era que había muerto Fiorino”.

“Pasaron más de 30 años que murió papi, y es el día de hoy que estoy en el mercado y siempre alguien viene a contarme algo bueno de él”, comenta Silvia. “Era muy querido por todos, y fue una persona que luchó mucho por su familia. Fue un ejemplo como hijo, para él la gran satisfacción era que Nazareno y María estuvieran orgullosos. A partir de esa enseñanza que nos transmitió, nosotros no podíamos abandonar un barco tan grande como el que dejó en marcha”.

DE GENERACIÓN EN GENERACIÓN.

El barco no podía abandonarse, pero alguien debía guiarlo. Y Remo, con 23 años (casi la misma edad que tenía Don Nazareno cuando pisó por primera vez nuestro suelo) y con la experiencia de haber trabajado desde chico en la quinta y en los puestos de los mercados, fue el indicado. De un día para el otro, pasó a tener toda la responsabilidad sobre sus hombros.

“Fueron momentos muy duros, todos tuvimos que adaptarnos”, cuenta Silvia. “Un par de años después, Remo tiene la idea de poner la primera verdulería, en Rincón, que era prácticamente una venta directa desde la quinta. Pronto la verdulería tuvo un gran auge y no paró de crecer”.

“Años después dejamos de cultivar estos campos y en el 95 o 96 mudamos las quintas a Escobar”, dice Remo. “Acá, en este terreno, la tierra era húmeda pero nunca hubo riego. Siempre se había trabajado con caballo, pero cuando empezamos a usar tractores, el nono Nazareno nos decía que se iba a arruinar el suelo, que íbamos a terminar sacando lo salado de abajo de la tierra. Y así fue, ya no era la misma.”

EL MERCADO DON NAZARENO

El negocio familiar continuó creciendo y evolucionando hasta coronarse en lo que hoy es el Mercado Don Nazareno.

“La idea y el proyecto son de Remo”, dice Silvia. “Yo creo que la añoranza por las vivencias que tuvo de niño y  de adolescente hizo que transformara el galpón, que había sido un lugar utilitario, en lo que es hoy. Y cada objeto que ves no se consiguió ni se compró, todo tiene un recuerdo, todo es historia. Por ejemplo, el cuadro de los gauchos churrasqueando, que ahora está en la carnicería y en los carteles, estaba acá en la quinta, en la cocina, donde la familia se reunía, se lo habían regalado a Don Nazareno”. 

“Siempre me imaginé el negocio”, dice Remo. “Me ayudaron un montón de amigos. Arrancamos a armarlo en 2015 y nos llevó un par de años terminarlo. Y se siente el esfuerzo y el trabajo, mucha gente lo dice cuando entra. Yo quería transmitir eso, porque mi abuelo y mi papá se mataron laburando, y es una manera de homenajearlos”.

“En todo se puede ver el amor por lo que se hace”, comenta Silvia. “Mi papá amaba lo que hacía, era un apasionado y un excelente vendedor, nos transmitió eso, en especial a Remo. Muchas veces dejamos que las satisfacciones prevalezcan sobre lo económico, como cuando se decoran y se reparten pastelitos y litros de chocolatada en las fiestas patrias. En todo hay mucha pasión, y yo creo que eso se nota, y que después vuelve desde la gente”.

“El otro día, un cliente me preguntó quién había diseñado todo esto. Entonces le expliqué que lo había hecho yo con amigos y con la familia. Y el hombre dijo: ahí está el resultado,, está todo hecho con amor”.

DE DONDE VENIMOS.

“Lo que nos pasó con el negocio fue que entraban los clientes y querían saber cuál era el origen de los objetos”, relata Remo. “Por eso quisimos contar la historia de Don Nazareno, para que la gente sepa quién fue, de dónde venimos, de quién heredamos todo lo que hacemos”.

“Hace unos años una mujer publicó una poesía sobre el Nono”, cuenta Silvia. “De adolescente, en las mañanas frías de invierno, antes del amanecer, ella venía caminando sola por la calle de tierra hasta la avenida para tomar el colectivo hacia la escuela. Y el Nono la esperaba en la tranquera, no sólo para cuidarla, sino para darle una taza de café caliente. 

Así era el Nono. Las tres generaciones de hombres, Nazareno, Fiorino y ahora Remo, se caracterizan por eso: son personas extremadamente sensibles detrás de una imagen dura. 

Don Nazareno era muy sociable, le gustaba salir, jugar a las cartas, a las bochas, Era muy cariñoso, muy amoroso, y en su relación con la Nona, siempre queriéndose, apoyándose”. 

“La nona María siempre luchaba por la unión de la familia”, cuenta Remo, “no le gustaban las discusiones, creía que con el diálogo todo se podía resolver”.

“Eran los dos muy fuertes y a la vez muy cariñosos y sociables. Los domingos, que era el único día que no se trabajaba, la casa se llenaba de gente, parientes, amigos, para compartir los famosos tallarines de la Nona”, agrega Silvia.

CHE POSSA DURARE.

“Ellos añoraban a su familia y a su tierra, pero siempre quisieron a la Argentina”, dice Remo. “Por ejemplo, no hablaban en italiano. Por supuesto, tenían dichos: mamma mía, madona santa, o che possa durare, pero se adaptaron a una nueva cultura con mucho esfuerzo y también con mucho amor”.

“Todo lo que podríamos decirle hoy a Don Nazareno es… GRACIAS… por todo lo que nos transmitió y lo que nosotros ahora tratamos de transmitir a nuestros hijos. O sea, el negocio familiar sigue evolucionando. Yo creo que el Nono estaría contento de ver todo esto, porque si bien cometimos errores o hicimos cosas con las que él quizás no hubiera estado de acuerdo, siempre fue intentando crecer y mejorar, en todos los aspectos”, concluye Silvia.

Si volviéramos a nuestra película, esta sería la escena final. En el amplio estacionamiento del Mercado, los autos se renuevan permanentemente. En la oficina, los últimos rayos de sol entran por las ventanas y juegan con las volutas de humo de la pipa de Remo. Silvia mira y examina cada una de las fotos que cubren la mesa. Pero en la película no les vemos las caras. A ellos no les gusta salir en cámara. Por timidez,  por humildad, o quizás porque sienten que la historia de su familia es mucho más importante que quienes la cuentan. 

Che possa durare, que pueda durar, decía la nona María cuando alguien lograba algo bueno, como expresión de deseo de continuidad y cuidado de dicho logro. Y basta entrar al Mercado Don Nazareno para comprobar que los Enei lo lograron, que les dura, y que tienen todo el futuro por delante. Exactamente igual que cuando Don Nazareno bajó del barco y pisó por primera vez esta tierra. 

Esta bendita tierra. 

Fotografías: Archivo histórico de Don Nazareno.