«Para ser irremplazable, hay que ser diferente”, sugería Cocó Chanel. Chic y charme son dos condiciones que resultan indefinibles. Como ese plato sabroso que te desborda la boca y te deja sin adjetivos, el estilo excede a las palabras. Está allí, casi mudo. Dejándose ser. Probablemente sea así, sin muchas muchas explicaciones posibles, que viene la historia de Justina Socas. Hija de Cecilia Lagos Mármol, interiorista y Salvador Socas, ex polista profesional, medio hermano de Adolfito Cambiaso, el mejor jugador de polo del mundo, el entorno en el que nació formateó la persona que es hoy.
Por el trabajo de su papá, prácticamente no fue al colegio hasta los 14 años. Daba libre en Argentina, a donde asistía unos meses y luego rendía exámenes a fin de año, y después hacían temporada afuera. Es la vida de cualquier hijo de polista. «Papá jugaba todos los años los torneos de Inglaterra y de España -cuenta Justina-. Y en algunas temporadas se agregaban otros países a dónde lo invitaban a jugar, como Estados Unidos, Australia o, incluso, países africanos como Nigeria. Así que dependiendo de donde estaba, asistía al colegio local como oyente (aunque principalmente fui en Madrid y en Londres). Mucha gente me pregunta cuando cuento mi historia si esta modalidad de algún modo me costó, dando cuenta de que sí, pero a mi me dió alas, todo lo contrario a lo que la gente piensa».
El polo, en ese tiempo que ella define como “su época”, era un mundo de hombres, sus hermanos, Salvador y Beltrán, solían ir con su papá a las caballerizas y a ella la llevaba su mamá caminar y descubrir cada rincón, anticuario o museo de Londres o Madrid. “Siempre fue una madre muy curiosa -sigue Justina-. Esta ansiedad de conocimiento fue una constante desde que yo era muy pequeña y me permitió una apertura a un universo estético infinito. Mamá siempre me recuerda que de chica yo estaba obsesionada con las Meninas de Velázquez, probablemente porque me fascinaba cómo estaban vestidas las infantas Margarita e Isabel, y que me quedaba horas observando el cuadro.
Cuando cumplió 14 años dejó de hacer temporada afuera y sus padres la anotaron para hacer la secundaria en un colegio formal que había sido manejado por monjas durante muchos años y era únicamente de mujeres. «Me costó muchísimo adaptarme a esta nueva realidad. Sufría la monotonía, no tener cambios”, dice.
Al salir del colegio arrancó estudiando diseño industrial y sabía que quería dedicarse a algo relacionado al arte y la estética. Al mismo tiempo, tuvo algunas experiencias profesionales cortas en Australia y en Nueva York relacionadas a la moda. Sin embargo, después de haber probado un tiempo con diseño industrial decidió cambiarse a Historia del arte, que fue realmente la carrera de sus sueños. “Hizo que me reconectara con todo lo que había vivido en la infancia -afirma-. Volver a estudiar a Velázquez o a los egipcios, y haber tenido la posibilidad de ver muchas de estas obras en vivo durante mi vida, fue una gran oportunidad y fue también el viaje vocacional y mental más importante que hice en mi vida. Una vez un profesor de literatura en la facultad dijo que no era necesario moverse para viajar. Y estoy totalmente de acuerdo y lo pude comprobar estudiando esta carrera».
Finalmente, después de mucho estudio y placer, a los 24 años conoció a su actual marido en Buenos Aires. Clemente, francés, le hizo redescubrir hasta el más desconocido y pintoresco bar de la ciudad. Él fue quien la invitó a iniciar nuevamente una aventura en Europa.
El arte a pie
Historiadora del arte de formación, con una maestría en curaduría en artes visuales, trabajó como estilista de moda en vestuario para publicidad y en una galería de arte hasta emprender su propio proyecto. «Una de mis más grandes encrucijadas mentales -relata-, que tuve durante bastante tiempo, radicaba en que me auto juzgaba y castigaba mucho por tener varios intereses al mismo tiempo. A mi siempre me movió el arte, el diseño y la moda por igual. Yo siempre lo vi como un todo conectado, pero en el mundo real y profesional, muchas veces son caminos que están escindidos. Si la moda para algunos es superficial, el mundo del arte académico para otros es erudito y snob. Yo nunca lo percibí así. Mi sueño toda la vida fue haber sido una mujer estudiante de la Bauhaus. De hecho, cuando estudié la historia de la Bauhaus por primera vez mi cabeza hizo un click, porque ahí se pasaba de hacer un dibujo, a trabajar en el plano de una casa, a tejer un tapiz, a diseñar un traje para el teatro. Era una escuela de arquitectura, diseño, arte y artesanía, en donde todas las disciplinas se conectaban y eran partes inseparables de una misma cosa».
Al cierto tiempo de terminar su carrera se dio cuenta de que, por más que le había ido muy bien y tenía posibilidades en la academia, su futuro no estaba ahí, sino que para desarrollarse necesitaba un mundo sin demasiadas divisiones en el campo estético, que quizás necesitaba crearse sola. «Siempre admiré a artistas como Sonia Delaunay o a curadores/diseñadores como Axel Vervoordt, que mezclan todo, conectan y le dan un sentido único a las cosas. Me encantan los personajes que se salen de la caja.
¿Cómo llega la idea de instalarte en París?
Junto a mi marido sentimos que profesionalmente teníamos que probar otra experiencia. He vivido muchos años en Europa, conozco París como la palma de mi mano y, si bien en su momento analizamos otras opciones de países, para nosotros París era la opción más viable para poder desarrollarnos. Allí, sin darme del todo cuenta, creé un emprendimiento que refleja mucho quien soy y cómo percibo la vida, en donde pude conectar la mayor parte de mis intereses. Le coup de foudre (el flechazo en español) es una agencia de experiencias. Por un lado, armamos atmósferas y puestas en escena para los hoteles de lujo franceses (los palace, hay sólo 12 en París y son más que un hotel 5 estrellas), empresas francesas relacionadas al diseño y la moda, revistas y medios de comunicación, dándoles a los eventos que organizamos una curaduría de nicho para un público afín, al cual también convocamos.
También desarrollaste toda una gama de experiencias para turistas…
Sí, proponemos mostrar a turistas el París que nos gusta vivir, llevándolos a showrooms de diseñadores fuera del circuito tradicional, cerrándoles tiendas de lujo, abriéndoles las puertas de departamentos privados o sumergiéndolos en el mundo vintage parisino. En París hay mucha gente quiere conocer la ciudad de un modo distinto. Tengo pedidos de mujeres que quieren comprar ropa que no se pueda conseguir en Estados Unidos, o que las ayude y asesore con la compra de un vestido para el casamiento de su hijo, visitando miles de showroom privados. Tengo también clientes que buscan muebles vintage y contemporáneos, otros que quieren conocer colecciones privadas o personalmente tener una cita con alguno de los mejores diseñadores franceses.
El sueño de tener todo Chanel para vos…Algo así. Hoy, en París, aunque se tenga mucho poder adquisitivo hay cosas que son difíciles de conseguir, cómo una cartera en Hermès o un reloj en Patek Philippe. Después del COVID muchas marcas de lujo se manejan con citas, conseguirlas y, luego, el producto no es un tema menor. Una gran parte de mi trabajo es hacer que en Chanel o en Chaumet, si el cliente da con el perfil, lo reciban en un sector separado y exclusivo de la tienda y le den un trato especial. Que comprar sea una experiencia única. Esto no siempre sucede aún en marcas de lujo. Hoy, para entrar a la tienda de Dior en Avenue Montaigne hay media cuadra de cola.
En pareja, además, diseñan indumentaria…
Sí, tenemos una marca de ropa bespoke que recién lanzamos, llamada Lapromesa. Surge de un encuentro de amor, el nuestro, y de dos culturas, la argentina y la francesa. Describe nuestro mundo. Por un lado la belleza del mundo ecuestre, culturalmente próximo a mí , y por otro el chic urbano francés, con el que mi marido convivió toda su vida. Hoy desarrollamos modelos a medida en nuestro showroom de París.
¿Cuál es tu público?
Me manejo dentro de la industria del lujo que en París es enorme. Trabajo el 100% con americanos que vienen a Francia, con empresas francesas y medios de comunicación. A través de mis clientes estoy conociendo mucho de Estados Unidos y su cultura. Tengo clientes de New York, Los Angeles, Mississippi, Texas, Ohio, entre otros.
París puede no ser maravilloso
Según Justina en su nuevo destino las cosas funcionan rápido y «sobre todo -dice- esto sucede con emprendimientos que tienen que ver con el turismo y la industria del lujo ya que hay muchísimo flujo. La rapidez con la que pudimos generar una empresa y tener buenos clientes me impresionó».
¿Cuáles son los desafíos de vivir allí?
París es una de las ciudades más caras del mundo y para tener una buena vida te tiene que ir bien. Hay ciudades en Europa que son más económicas en dónde podes vivir mejor con menos. No es el caso de París. En ese sentido uno está exigido constantemente. Creo que otro de los desafíos de vivir afuera es no poder contar con el círculo de confianza propio. En Argentina, quizás por la situación del país, me da la sensación que está muy idealizado el hecho de emigrar afuera. Sin embargo, cuando te vas dejás mucho detrás y eso se extraña. A mi me genera mucha nostalgia no poder ir a tomar un té con mi abuela las veces que quiera o no poder ver a mi mamá los fines de semana, pero es el precio a pagar por vivir una experiencia distinta. Por último, una de las cosas que más extraño son las pequeñas costumbres culturales del día a día. Tener que agendar un mes y medio antes un almuerzo con amigos me parece una fiaca, aunque en el plano profesional esta organización es muy productiva. Yo creo que ser extranjera en París es un plus para mí y no una dificultad. Mi vecina y amiga, Eleonora Galasso, influencer italiana quien vive en París hace años siempre me dijo: nosotras somos extranjeras y nunca vamos a ser parisinas. Lo que tenemos que hacer acá es potenciar nuestra cultura, lo que tenemos de distinto… a mi ser extranjera me ayuda a comprender al turista, a entender qué busca. Siento que ser argentina me suma un montón e intentaré potenciarlo en todo sentido a medida de que pase el tiempo.
Estás casada con un francés, pero es común que se hable de lo hostil del trato, sobre todo de los parisinos, ¿qué opinás al respecto?
Como en todos lados, en París hay parisinos más simpáticos que otros. Es verdad que los latinos somos más cálidos y acogedores, pero al mismo tiempo, cuando sos así con los parisinos los descolocás y por tanto muchas veces sacás lo mejor de ellos. El francés en realidad es una persona muy gentil, que habla de manera educada. Al parisino le molesta que si lo parás en la calle para preguntarle algo, no le digas “bonjour» antes. O les molestan las personas que hablan fuerte. Y esto es algo que el turista muchas veces no sabe. También hay otras cosas que en Francia no se pueden hacer, cómo pedir un cambio de receta o sugerir un cambio en un plato en un restaurante. El francés es una persona muy orgullosa de su cultura y savoir faire, que a veces se puede confundir con una actitud arrogante. Creen que saben más que otros en ciertas disciplinas, y a veces tienen razón. En realidad es simplemente cuestión de conocerlos y saber qué se puede hacer y qué no dependiendo dónde estás. Lo genial del parisino, creo yo, es que vive en la ciudad más atractiva y visitada del mundo y hace como que no se entera, que no le importa. Incluyo en esto a la gente que trabaja en la industria de los viajes y a las empresas que viven del turismo americano o asiático. En París el parisino no se adapta al turista. El turista se tiene que adaptar al parisino.
¿Cómo ha sido la experiencia de emigrar y ser mamá? (Justina tiene una hija de 1 año y 5 meses que se llama Cósima)
Es quizás lo más difícil de emigrar, o lo que a mí más me costó. El dicho de que para criar un hijo se requiere mucha gente es real. Se necesita ayuda e inevitablemente cuando uno no está en su país está más solo. En relación al cuidado y la ayuda para criar hijos, en París tuve un choque cultural importante. En esta ciudad está bastante extendida la costumbre de dejar a los niños en guarderías a partir de los 3 meses todo el día, todos los días de la semana. Obviamente esto no facilita la lactancia materna y el apego seguro, cuestiones que para mí eran importantes en la crianza de mi hija y que, desde mí punto de vista, en Francia- sobre todo la lactancia- no siempre se fomentan, o al menos mucho menos que en Argentina. Finalmente, yo elegí respetar como quería criar a mi hija y asumo el costo económico, que es alto, de tener ayuda en casa y mandar a mi hija a un jardín público (justo abajo de la Tour Eiffel) medio día a partir del próximo mayo. Soy plenamente consciente de que en Argentina no todo el mundo puede tener ayuda. En París tengo que trabajar mucho para poder tener el nivel de vida que deseo y contar con ayuda, pero es una decisión que quisiera mantener, si puedo, para brindar a mi hija la educación que deseo.
¿Qué se viene? ¿Qué proyectos tenés?
Por ahora nuestros principales objetivos son, por un lado, brindar cada vez mejores servicios y más originales, y por otro llegar a un público cada mes más lujo y más nicho. Nos gustaría poder empezar a trabajar con clientes del Oriente Medio, que visitan París muy seguido.
Por Flavia Tomaello