Antonio La Regina: Siete décadas de fútbol

De Salerno a Chacarita

Nací en junio del 48, en el sur de Italia, en la provincia de Salerno. Hacía tres años que había terminado la guerra y la hambruna era terrible. Mi padre, David, tenía acá un tío que había venido unos años antes y le iba muy bien con su restaurante italiano, así que nos dejó a mi mamá y a mí en Italia y llegó a la Argentina a fines del 48. Enseguida le empezó a ir bien y nos trajo. Yo llegué el 31 de diciembre de 1950, en un vapor que se llamaba Paolo Toscanelli. Mi papá ya se había independizado y tenía un restaurante chiquito, en Córdoba y Darwin. 

Argentina era un país próspero, con mucho consumo, mi papá daba un muy buen servicio y le empezó a ir bien. Se pasó a otro lugar más grande, en Canning (hoy Scalabrini Ortiz) y Cabrera, y cuando ese lugar también le quedó chico se mudó a donde yo crecí, en Córdoba y Dorrego, a media cuadra de lo que entonces era el Mercado Dorrego. Ahí crecí, ese es el barrio de mi infancia. El restaurante se llamaba La Alegría de Italia, pero todo el mundo decía “vamos a la cantina de David”. En un momento, yo le insistí y mi papá le cambió el nombre. Pero ese lugar enseguida le quedó chico y había un local en Córdoba y Jorge Newbery, donde abrían y cerraban restaurantes cada 3 o 4 meses. Yo le decía: “papá, no vayas ahí, en este restaurante se funden todos”, mi mamá también estaba en contra, pero él dijo: “se fundieron todos hasta que llegue yo, yo no me voy a fundir”. Se mudó en el año 64 y la Cantina de David funcionó ahí por más de 45 años.

El Torino

Cuando mi papá llega al país, su tío y sus primos, que eran hinchas de Boca, como muchos italianos en esa época, empiezan a llevarlo a la cancha. Y seguramente iba a terminar siendo de Boca, pero un día abre un diario y lee que un equipo italiano, el Torino, había sufrido un accidente aéreo terrible, habían muerto todos. En el mismo diario, también lee que River iba a viajar para jugar un partido homenaje. Entonces mi papá dijo: “yo soy hincha de River”… sentimiento puro.

Pocos años después, empezó a llevarme a la cancha, me hizo socio de River en el año 54, yo soy de River desde que tengo 5 años.

Una simple apuesta 

La relación entre la Cantina y el fútbol empezó por casualidad. Un día viene a comer el presidente de Argentinos Juniors, Osvaldo Sanguinetti. Se presenta, mi papá lo atiende bien, y comienzan una relación de amistad que iba a crecer y a durar para siempre. Sanguinetti empieza a ir seguido y después lleva a la comisión directiva y a algunos jugadores del club. Un día, en el año 57, Sanguinetti medio que lo chicanea a mi papá; ese domingo iban a jugar Argentinos Juniors y River. Entonces papá le dice: “si gana Argentinos Juniors, te invito a comer con todo el plantel”. Era casi imposible que ganara Argentinos Juniors. River había salido campeón en el 55 y 56, ahora iba primero y llevaba más de 20 partidos invicto. Pero gana Argentinos Juniors… y mi papá tiene que cumplir su palabra.

Fue todo el plantel a comer, y, a partir de ahí, empezaron a venir todos los jugadores de Argentinos Juniors. Mi papá se hace amigo de algunos y varios de ellos pasan a River, con lo cual empiezan a traer a los jugadores de River. Y así empezó a hacerse esa cadena, porque los futbolistas son así, van todos al mismo lado, le gusta a uno y empiezan todos. 

Antonio Liberti y la pelota del clásico

Además de los jugadores, comenzaron a venir a la Cantina los directivos del club y mi viejo se empezó a hacer conocido en la Comisión de River (es más, siempre quisieron que fuera directivo y él nunca quiso). Se hizo muy amigo de Antonio Liberti, que hasta hace poco era el nombre del Estadio de River. 

Liberti iba casi todos los días a comer a la Cantina y cada lunes venía con todos los jugadores. (¡Para mí era Disney World!) Y un día, en el 62, la semana antes de un clásico con Boca, viene Liberti y me dice: “si el domingo le ganamos a Boca, yo el lunes te traigo la pelota”. Hacía 5 años que Ríver no le ganaba a Boca, una racha terrible. Voy y le digo a Onega, a Ramos Delgado: “si le ganamos a Boca, Liberti me trae la pelota del partido”, y los jugadores: “uy, bueno, vamos a tratar de ganar por vos…” 

Ese partido lo veo en el Monumental, ganaba Boca 1 a 0, era el Boca de Roma, de Silvero, de Marzolini, de Valentín, que siempre le hacía goles a River. Un baile espantoso, no había ninguna chance de que River lo ganara. Arranca el segundo tiempo y también: baile. Pero de golpe, en 7 minutos, River, que no pasaba de la mitad de cancha, ¡le hace 3 goles y termina ganando!

Llega el lunes, vienen los jugadores de River y el Presidente… pero no me trae la pelota. Entonces, José Varacka, que era un hermano para mi papá, me dijo: “no te preocupes, mañana hablo con él en el entrenamiento”. Y al otro día viene un taxista con una caja y la pelota. Esa pelota la tendría que tener guardada como un trofeo, ¡pero yo la rompí jugando al fútbol! Hoy cualquier chico tiene dos o tres pelotas, en ese momento fue mi primera pelota.

Enrique Omar Sívori

Enrique Omar Sívori era muy amigo de mi papá, casi hermanos. La historia de la vida me lleva a mí a hacerme amigo del hijo, Néstor, con quien decimos lo mismo, somos hermanos… y tanto es así que mi hija Rosa y yo somos los padrinos de su hija menor, Néstor es padrino de confirmación de mi hijo, una nieta de Enrique Omar Sívori es madrina de una nieta mía… o sea, somos familia. 

Hoy uno lo toma como normal, pero tener 12 o 13 años y tener a todos los jugadores de River comiendo, era tremendo.

A Enrique Omar Sívori yo lo conocí en la Cantina, tengo una foto de ese día, en el 62. Él vuelve a la Argentina después del mundial de Chile y viene a comer a la Cantina. Sívori era un ídolo, era el Messi del 62. Y entonces yo, que tenía 13 años, me saco una foto con él. Después, terminé viajando con él, durmiendo en su casa y demás. 

Hace poco le hicieron un monumento en San Nicolás, y antes de empezar un partido, me dice Costa Febre: ayer fuiste a la inauguración del monumento a Sívori en San Nicolás, te voy a pedir que digas algo en la previa. Yo no sabía qué decir, pero me salió algo de lo que me enamoré: “¿ustedes se imaginan que un adolescente, que esté durmiendo en su casa en una habitación que tiene dos camas, le abra la puerta el padre y le diga: vino Messi a dormir con vos? Bueno, a mí me pasó con Enrique Omar Sívori. Y eso es inolvidable para un chico”. 

Diego Armando Maradona

Alguna vez alguien me dijo: el hombre no es el hombre, el hombre es el hombre y sus circunstancias. A Maradona lo conocí de chico, y el Maradona que yo conocí y que yo traté, era un chico sano; era como es Messi (a quien no conozco): un tipo familiero, de sus hijas, de su mujer. Yo conocía a los padres de la mujer antes de que ella naciera, eran amigos de mi papá. 

Maradona vino la primera vez a la cantina a hacer una nota de Clarín, yo no sabía quién era, él tenía 15 años, y me decían: este va a ser un monstruo, mejor que Pelé. Y yo decía: están todos locos. 

Un día fui a la cancha con mi hermano a ver a Talleres de Córdoba, que era un equipo que me gustaba, contra Argentinos Juniors. Yo tenía mucho trato con la gente de Argentinos, muchos amigos, y fui también con ellos. Primer tiempo, ganaba Talleres 1 a 0. Arranca el segundo tiempo, y dice la voz del estadio: cambio en Argentinos Juniors, entra fulano, no escuché quién era… ¡Y la gente se desesperó! Yo, de canchero, le digo a mi hermano: “¿quién entra, Pelé, que están tan contentos estos?”. Y mis amigos de Argentinos me dicen: “callate, que no sabés nada, se llama Maradona”. Bueno… la primera jugada, la para con el pecho y hace un sombrero; la segunda, hace un caño de taco. Y entonces le digo: “¡Ah, pero es Pelé, este!”

Después lo conocí personalmente. Argentinos Juniors concentraba en un hotel a 7 cuadras de la Cantina y venían a comer varias veces a la semana. Tenían un menú estricto, y Maradona me decía “traéme calamaretis”, que le encantaban, y el técnico hacía que no veía, porque a él se le permitía todo. Era un chico bueno, humilde.

Nos invitó a su casamiento en el Luna Park, estábamos con mi mujer, mi papá y mi hermano en la mesa con gente de otro restaurante al que él también iba. Y cuando se acerca a la mesa, dice “Esta es la gente que me daba de comer cuando yo no era nadie”. 

Eso también era Maradona. 

De hincha a dirigente

Las campañas políticas de River se hacían en la Cantina, yo tenía un salón para 100 personas y hacían las cenas ahí. Todos querían que fuera directivo y yo me negaba.

En el año 90, va como candidato a presidente Alfredo Davicce. Alfredo era el hijo del dueño de la cantina de mi papá de Dorrego, era el chico que le iba a cobrar todos los meses el alquiler y ya entonces quería ser dirigente de River, así que mi papá lo metió en River y así llegó a ser uno de los presidentes más importantes del club.

Ese año, la fórmula era Davicce, Kent y Andújar, y Alfredo quería que fuera de vocal, pero yo no quería ser dirigente.

Pero Menem gana las elecciones presidenciales del país y nombra a Kent en el Vaticano y se baja de la candidatura. Viene Davicce y me dice: “quiero que vos seas mi vicepresidente. No me digas ahora, pensalo, contestame en 5 días”. Vinieron a buscar mi respuesta y yo les dije que no. ¡Mi papá me quería matar! Él no había querido, pero era un orgullo que fuera yo.  En el 97, Davicce me vuelve a ofrecer y le vuelvo a decir que no.

Años después, Davicce hizo algo que me mató. Mi papá, allá por los 2000, tiene Alzheimer. Davicce cada tanto lo iba a saludar, pero ya ni sabía quién era. Y Davicce escribe un libro de su vida en River y lo trae autografiado para mi papá. Llevárselo cuando mi papá estaba bien, era una obligación, pero llevárselo cuando mi papá ya no lo conocía… Y cuando leo el libro, había un capítulo dedicado a mi viejo donde cuenta toda la historia, y la cuenta con una precisión que es muy emocionante.

En las elecciones del 2001, Davicce hizo que se presentara Aguilar. Yo tenía una muy buena relación de amistad con Aguilar, y ahí acepté: fui de vocal titular e integré el consejo de fútbol por 4 años. Fue una linda experiencia, pero no volvería a hacerla; de hecho, nunca volví a hacerlo. Antonio Caselli me ofreció ser vice de él pero no acepté. Es lindo ser dirigente de River, te da reconocimiento, es muy lindo ir a todas las canchas, es muy lindo tener amistades importantes, tener influencia, pero no me gustó.

Adiós a la Cantina

Yo no quería saber nada de la Cantina. Estudié medicina, conocí a Stella en la Facultad, nos recibimos juntos en el 75 y empecé a trabajar de médico ginecólogo. Pero en el 83 mi padre tiene un infarto y quiere vender la Cantina. Entonces, decidí trabajar mitad con la medicina, mitad con la Cantina. Pero llegó un momento en que me acostaba a las 2 de la mañana por atender la Cantina, me tenía que levantar a las 7 para ir al hospital, volvía a las 5 de la tarde a casa y a las 8 de vuelta a la cantina. Me dije: esto es una empresa con 50 empleados, había crecido enormemente, me tengo que quedar acá. Lo hablé con mi mujer y ahí arranqué a atenderla. Mi papá me fue delegando todo y quedé a cargo en 1983.

El negocio fue cambiando mucho, creció la competencia y un lugar para 400 personas dejó de ser rentable. Comenzaron a llegar propuestas para hacer un complejo de edificios y finalmente la vendí en 2010.

Un presente de radio

A la Cantina vinieron siempre muchos periodistas deportivos, era la cantina del fútbol, y yo conocía a todos. En el 2010, justo antes de venderla, me fui a Sudáfrica con mi mujer. Fernando Niembro estaba cubriendo el Mundial, teníamos una relación de amistad de muchos años y comíamos muchas veces juntos. Un día, sentados los dos solos tomando un café, me dice: “Antonio, ¿tenés en claro que vas a tener mucho tiempo libre a partir de que entregues la Cantina?” Le dije que sí, que iba a ser un problema a resolver para mí. Y me pregunta qué me hubiera gustado hacer que no hice y yo le digo que me hubiera encantado estudiar periodismo deportivo. Me mira y me dice: “¿sabés que vos tendrías muchas cosas para dar en un programa de periodismo deportivo?”. Justo en ese momento, lo llaman de Buenos Aires para salir al aire. Empieza a hacer su editorial y dice: “estoy acá con Antonio La Regina, nuestro gran amigo, y les voy a decir algo… no sé si no va a terminar siendo compañero nuestro…” ¡Al aire tiró eso! Y siguió con su nota, ni una palabra más…

Meses después, me pregunta: “¿cuándo dejas de trabajar en la Cantina?”. Le digo que el 31 de octubre. Y me dice: “El 1° de noviembre empezás a trabajar conmigo, integrá la mesa y opiná como opinás acá”. Y me da mi primera lección: “podés decir todo lo que quieras, pero vos sos responsable de lo que digas”.

A partir de ahí fui siempre con él. Estuvimos en Del Plata, en Splendid, en Belgrano y en Rivadavia. 

Hoy en día estoy con Niembro, en el programa “De una con Niembro” de lunes a viernes de 10 a 13 en Radio Colonia AM 550, que es un magazine general donde hago micros de medicina, porque siempre me mantuve actualizado y leyendo sobre esos temas. 

Además, estoy en AM 1090 Radio Décadas, de Hurlingham, comentando los partidos de River junto a Néstor Scorpaniti, con relato de Lautaro Mato, y también empecé un programa que se llama el Show de River, por Radio Splendid. 

Estoy todo el tiempo ocupado, pero me hace bien. La gente que no es médica dice que el cerebro es un músculo que cuanto más se trabaja, crece, pero el cerebro no es un músculo y no crece de tamaño, pero cuanto más activo está, mejor funciona. Y yo lo mantengo muy activo.

Almuerzo imaginario en la Cantina de David

Si tuviera mágicamente la posibilidad hoy, ahora, de tener dos o tres horas para almorzar en la Cantina e invitar a quien quisiera… elegiría a Carlos Bilardo; a Carlos Griguol, que me enseñó el 90 % de lo que sé de fútbol; a Daniel Passarella, con quien siempre estuve enfrentado, yo con él, no él conmigo, por cosas sin importancia, y que hoy valoro de otra forma, que amaba a mi viejo y siempre lo ayudó mucho. También me gustaría volver a hablar de igual a igual con mi viejo, que me enseñó mucho en la Cantina, él era rígido, pero será que ahora tengo la edad de él y lo veo de otra forma. Y después invitaría gente que estoy en contacto pero que vive afuera, como mi gran amigo de la vida, Néstor, el hijo de Enrique Omar Sívori.

Antonio La Regina

Afuera, la tarde sigue calurosa. A través del ventanal, vemos dos cisnes en la laguna (anidan acá mismo, en nuestra costa, nos dice Stella). El metegol (rojos contra blancos, obviamente) parece invitarnos a jugar uno o dos partidos. Pero tenemos que ir terminando la entrevista y lo hacemos con una pregunta simple: ¿quién es Antonio La Regina?

Uf… ¡Qué difícil! Mirá, el otro día, al aire, me dijeron algo en la radio: hay mucha gente que me quiere. Y creo que es verdad, yo lo siento así. Debe ser porque consideran que soy buena gente, creo no tener enemigos, y por algo ha de ser. Seguramente le di mucho a mucha gente, y también recibí mucho de mucha gente. Y no evalúo si di más de lo que recibí… yo dí lo que pude y recibí lo que me dieron.

Nota y Fotografías: Marcelo Iglesias