CRISTINA GUERRIERI: Una vida sobre ruedas

¿Cómo comenzó tu historia con los patines?

Empezó como un juego. En ese momento yo vivía en Mar del Plata, que es la cuna del patín, es donde comenzaron grandes patinadores que después fueron campeones mundiales. Fue a los 7 años, no recuerdo quién nos había dado el dato. Con mi hermano éramos muy unidos (y seguimos siéndolo), hacíamos todo juntos, así que lo seguí al patinódromo de Mar del Plata, que era una pista bastante grande. Fue como una travesura, teníamos unos patines viejos y probamos. Fue amor a primera vista. Volvimos a casa y les dijimos a nuestros padres que queríamos seguir. Empezamos con profesores, íbamos a entrenar y era como tocar el cielo con las manos.Yo sentí que era mi deporte, como si hubiera nacido para eso. Había probado un montón de cosas, pero lo amé desde el primer día que me puse los patines.

A los pocos meses yo ya estaba federada y corría para el Club Kimberley. Lo escuchaba a mi papá y a los profesores que hablaban de mi habilidad para patinar. En todos los deportes hay gente que tiene que trabajar mucho la técnica para ser mejor, y otros que tienen sal, cierta técnica o habilidad innata, y yo la tuve para el patín, probé tenis y otros deportes y no funcioné. Mi hermano era muy bueno también pero dejó. A mí siempre me gustó el desafío, yo funcionaba bajo presión, aunque eso después tiene un costo…

¿Cómo fue competir con alto rendimiento siendo una niña?

Hasta el primer campeonato, era todo un juego. Después fue más complicado. En ese primer campeonato argentino, a los 9 años, gané 3 medallas, una campeona en 200 contrarreloj y otra subcampeona. Una vez que ganás, le tomas el gusto, pero también empieza la presión de afuera, porque saben que tenés la habilidad, que tenés la posibilidad de ganar. Mi familia me apoyó en todo, mi mamá y mi abuela estaban ahí cuando me lastimaba, mi papá haciendo todo para que pudiéramos viajar, porque un deporte amateur implica muchos gastos. En el deporte, y más de alto rendimiento, siempre tiene que estar la familia, si no, es imposible, pero a veces la exigencia de los padres te juega en contra, y a mí eso me pasó un poquito… Es un juego hasta que tenés que salir a ganar, y ahí es donde se empieza a dejar de disfrutar. Yo tuve esa cuota de mucha exigencia que, si bien me acompañó durante muchos años, es lo que también me hizo dejarlo. Pero también yo era muy autoexigente, por supuesto, porque una vez que ganás un campeonato… querés ganar el próximo. Yo creo que sin la autoexigencia no lográs nada, pero también hay que ir buscando un equilibrio con el disfrute. 

¿Qué recuerdos te dejó esa etapa de tu vida?

Por una parte, fue dejar de lado muchas cosas, salir muchas veces del colegio antes de tiempo, por ejemplo. Mi papá venía a buscarme muy seguido, todos sabían que hacía deporte y que competía, así que tenía que resignar un poco el cole, pero también era resignar cumpleaños, fiestas, y todas esas cosas tan importantes para una nena de esa edad. Pero fue una elección, yo estaba contenta, y lo volvería a hacer para conseguir todo lo que conseguí. 

Por otro lado, por supuesto, está toda la adrenalina de las competencias, que es una sensación muy difícil de transmitir. 

Recuerdo estar dentro del circuito precalentando con las demás compañeras, y te van llamando, por ejemplo, para 200 metros contra reloj, salís a la pista, te ponés en la línea de largada vos sola y toda una tribuna mirando… es la sensación más linda e indescriptible que pude experimentar y vivir en toda mi vida. Y después, el momento de la carrera de velocidad, que era lo mío… es pura adrenalina. Ahí los “no” dejan de existir, todo es posible; están sólo vos, los patines y el cronómetro, todo el esfuerzo y el trabajo de un año se condensa en esos pocos segundos de carrera.   

Por supuesto, el aliento de tu familia y amigos es fundamental. Recuerdo estar cansada en alguna distancia más larga y escuchar: “¡Cris, vos podés!” o “¡Esta carrera es tuya! ¡Vamosss!”.. eso te hace sacar energía de donde no sabés que tenés. 

Y bueno, el momento de la premiación es único, es una emoción muy grande cuando te cuelgan la medalla… es un orgullo enorme. 

Yo entrenaba toda la semana y conocía mis tiempos y pensaba “si yo hago lo que hacía en el entrenamiento, ya está, gano”, pero en el momento de la competencia juegan los nervios, juega el clima, el viento, y cómo estás vos. A mí esa presión en cierto punto me hacía bien, me incentivaba, pero tenía un alto costo y no se puede mantener mucho tiempo, creo que lo hice lo más que pude.

La verdad es que todos me veían como la futura campeona mundial, pero a los 15 o 16 años dejé de competir, que era la edad en que los que habían sido campeones argentinos pasaban a ser campeones mundiales. No es algo que me haya quedado pendiente porque creo que hice todo, no lo seguí porque era tanta la exigencia ya que no la estaba disfrutando. Yo me di cuenta de que amaba el patín pero no la competencia.

Todos estos años de esfuerzos y exigencias, ¿cómo sentís que moldearon tu vida?

La modificaron al 100%. Yo creo que el colegio y las universidades nos forman en una parte importantísima de nuestra vida, pero el deporte es algo que te modifica la personalidad, el carácter.

Yo obviamente era chiquita y ya era bastante aguerrida, me caía, me levantaba y seguía, tenía cierta personalidad, pero yo creo que me hizo más fuerte, con actitud y mayor seguridad. Fui al colegio, después seguí una carrera, pero si tengo que elegir algo que me haya marcado la vida es el deporte: es la conducta, el esfuerzo, el hábito, la constancia, la dedicación, las metas, no bajar los brazos, todo eso hace que te conviertas en quién sos,

Más adelante, en la vida, una tiene que pasar por cosas difíciles, y yo siento como un plus de fuerza, un plus de carácter. El deporte me hizo una persona positiva, sentir que puedo hacer lo que me proponga, que los sueños se cumplen pero que no caen del cielo. Creo que me hizo una mejor persona y puedo tomar la vida desde otro lugar.

Una vez  terminada tu etapa de competir, ¿cómo continuó tu vida?

Bueno, seguí estudiando, hice magisterio y me recibí de maestra jardinera, de profesora a nivel inicial. Ejercí muchos años como maestra jardinera con chicos de preescolar, mientras seguía estudiando preparación física. Hice coach deportivo y especialización en lo que es el patinaje.

En pocas palabras, me fui preparando para unir mis dos pasiones, el patín y la enseñanza, para poder transmitir toda mi experiencia a los demás, y ayudarles para que se puedan conectar al deporte desde el disfrute.

Y entonces llegamos a la actualidad y a Patín Rollers Nordelta, tu escuela, tan ponderada en toda la zona. ¿Cómo comenzó y cómo funciona hoy? 

Empecé sola en el 2004, primero en Villanueva y a los meses me establecí en Nordelta. A medida que fue creciendo la demanda, incorporé profesionales para poder cubrir todas las necesidades.

Hoy en día, Patín Rollers es un equipo que cuenta con profesores especializados para niños, adolescentes, hombres y mujeres de todas las edades, aunque casi el 70% de los alumnos son adultos a partir de los 45 años.

También contamos con grupos de entrenamiento para deportistas que optan los rollers como rutina complementaria, como los ciclistas, los runners o los esquiadores. En este último caso, el esquí tiene una técnica muy parecida al roller y lo toman como un entrenamiento extra, los fortalece y les hace muy bien.

La enseñanza va dirigida tanto a gente que nunca se puso un patín como a quienes quieren perfeccionar la técnica.  

Hay clases personalizadas y clases grupales. A veces se les aconseja personalizada cuando empiezan de cero, porque da una gran confianza tener las cuatro clases iniciales con el profe al lado, que te puede agarrar del brazo, de la mano. Pero después rápidamente pasan a un grupo.

Los grupos se dividen por edades y por niveles. A veces empiezan grupos de amigos y de repente no tienen el mismo nivel, pero lo que hace un buen profe es nivelar el grupo y el que no sabía tanto se equipara con el que sabe y el que sabe igual sigue aprendiendo, porque se potencian y se incentivan entre ellos.

Algo muy importante es que la Escuela permanece abierta todo el año, en vacaciones de invierno o de verano. A nivel chicos, las clases son más recreativas, tipo colonia, y los adultos piden mucho clases intensivas, porque hay personas que en invierno o durante el año laboral no pueden y esperan las vacaciones para aprender, practicar o mejorar.

Otro punto para señalar es que, desde hace muchos años, tenemos todos los equipos y todos los números para facilitarle a los alumnos, como para que no necesiten ir a comprar. Si lo tienen, perfecto, pero si no lo tienen, le prestamos el equipo y tienen un obstáculo menos para arrancar. Después, una vez que ya avanzaron en las clases y quieren armarse sus propios equipos, los asesoramos, y además, les damos la posibilidad de comprar todo en la Escuela. Por lo general, me dicen que prefieren equiparse con nosotros porque confían mucho y eso a mí, obviamente, me da una gran satisfacción.

Y también tenemos una propuesta muy especial en la Escuela que es la Roller Party, que son clases abiertas para grupos de 5 a 10 niñas o niños, con muchas actividades para pasar una tarde diferente sobre los rollers,y  poder no sólo seguir aprendiendo, sino también jugar, divertirse y sobre todo compartir momentos muy lindos y divertidos. 

¿El patín es más fácil para los chicos que para los grandes, o es sólo un mito?

Ese es un mito que hay que romper. Los rollers no son solo cosa de chicos, porque la verdad es que casi el 70% de alumnos son adultos, que toman clases por diversas razones: porque tenían esa cuenta pendiente, porque amigos o amigas se lo recomendaron, para escaparle al estrés, etc. 

Por ejemplo, hace poco, vino una mujer a la que el marido le había regalado los rollers después de la cuarentena, porque había colapsado por estar adentro. Los estaba por vender, sentía una gran frustración porque no los podía dominar, le generaban mucho miedo y no lo disfrutaba. Cuando decidió tomar clases, buscó, me encontró por Instagram, y sin conocerme, confió, tomó el módulo de cuatro clases iniciales… ¡y salió andando!. Ahora está super contenta, quiere sumarse a algún grupo, me manda videos de cuando sale a patinar, me escribe “¡gracias por sacarme el miedo!”. 

Hay muchos casos como este, con razones distintas, pero a cada persona la tomo como única, porque la verdad es que cada uno es único.

Otro mito es que los chicos aprenden más rápido y no es tan así. A los chicos les cuesta también, los roller hoy son veloces y hay que aprender a tomar la postura correcta para no caerse para atrás, a frenar, etc., y eso es igual para todas las edades. 

Contanos un poco más de esas cuatro clases iniciales que mencionaste…

En el módulo de cuatro clases iniciales se aprende todo lo básico para lograr pararse en el roller y salir andando. El proceso es fundamentalmente trabajar la postura y el freno, que no es precisamente el freno que lleva puesto el roller, sino que es un freno en cuña, es muy sencillo de hacer, pareciera super imposible pero es sencillísimo de hacerlo, incluso el primer día. Obviamente que hacerlo y practicarlo durante esas cuatro clases genera muchísima seguridad. Después de la cuarta clase es cuando se animan, se largan a andar y ahí es donde me empiezan a mandar esos vídeos tan lindos que a veces posteo en las historias del Instagram de la Escuela. 

Por supuesto, algunos necesitan clases más personalizadas que otros, pero te garantizo que todos a la cuarta clase ya salen a patinar.

¿Cuál creés que es tu punto fuerte, tu diferencial, a la hora de enseñar a patinar?

Creo que quizás al irme de la exigencia y volcarme al deporte para el disfrute, puedo enseñar la técnica paso a paso, con mucha paciencia y amor, sin ninguna presión, y ese es el concepto que les paso a las profes que trabajan conmigo, las voy preparando como para que sigan la misma línea, de enseñar tranquilas, que el alumno se sienta acompañado, que no sea un reto. 

Por otra parte, yo tengo alumnas que empiezan con lo más básico y de repente quieren bajar rampas y quieren saltar el cajón y me parece alucinante, mujeres grandes que siempre van por más y yo las apoyo y soy la primera en estar y llevar cosas nuevas para que hagan retos nuevos, pero siempre desde el disfrute. 

Me parece que el fuerte nuestro es la confianza que damos. Creo que por eso, gracias a Dios, nos mantenemos en el tiempo, y tanto los profes como yo recibimos día a día mensajes de agradecimiento y videos de todo lo que logran los alumnos.

Pero también creo que yo tengo un plus, que es el haber ejercido tantos años de maestra jardinera, lo cual me ejercitó mucho en la paciencia, en el acompañamiento, en apoyarlo constantemente, en ver al otro como una persona única, Al principio, cuando las madres me agradecían por ser tan cariñosa con los nenes, yo no lo podía creer, si es lo menos que podía hacer, pero después me di cuenta de que a veces no es tan común. Lo mismo sucede cuando doy mis devoluciones después de las clases, que es una práctica que aprendí con la docencia y que es muy valorada por las madres y los padres, que no siempre pueden estar en las clases pero que les gusta saber sobre el progreso de sus hijos.

Recuerdo que yo era chiquita y mi papá siempre me decía: vos vas a enseñar algún día. Mi papá, que hoy ya no está, era mi mayor fanático y tuvo esa visión, vió en mí algo que yo podía volcar en los demás. Creo que ese es mi mayor diferencial.

¿Cuáles son los principales beneficios de patinar, tanto en niños cómo en grandes?

En los chicos está más referido a la autoestima, al control del cuerpo, a la autonomía propia de cada uno, y también tiene mucho que ver la parte social.

En los adultos muchas veces también tiene que ver con la autoestima, con poder lograrlo, pero muchas veces se  conecta con ese niño que patinó alguna vez de chico, se conectan con el niño interior.

En cuanto a lo físico, tanto adultos como niños comparten un trabajo importante en los reflejos,  el equilibrio, la destreza, la coordinación.

He tenido familias enteras que tomaron clases y en verano suelen haber muchas clases de madres con hijos, y se enganchan muchísimo.

A veces hago salidas personalizadas o grupales por el sendero, que hay bajadas, curvas, son más delicados los circuitos, y las mujeres me dicen “vuelvo a ser una niña, vuelvo a tener 15 años, porque puedo sentir la velocidad”. Al adulto lo conecta mucho con la niñez, con eso que sintió alguna vez, esa libertad que es como volar. Todo esto, sumado a los lugares que estamos acostumbrados acá en Nordelta, con todo el verde, es una gran desconexión para el adulto. 

Nosotros tenemos gente que tiene todo tipo de actividades, amas de casa, profesionales de toda índole, personas a las que les gusta su trabajo pero nos dicen que la clase de patín es la hora reservada para desconectarse del mundo y conectarse al disfrute total. Cuando patinás, tenés que concentrarte exclusivamente en lo que estás haciendo, y muchos alumnos me dicen que ese tiempo de concentración pura hace que, cuando terminan la clase, sienten como si flotaran, como si hubieran terminado de hacer yoga. Es totalmente desestresante.

¿Qué le dirías a un adulto que nunca patinó y le encantaría probar, pero no se anima?

Le diría que lo haga, que se anime, que no hay edad límite para patinar. Todo el tiempo me consultan…  tengo 40, 50, 60… y yo les digo que hay maratonistas a los 90 años.

Se le tiene mucho miedo a la caída, pero es sólo cuestión de aprender la técnica, tener una buena postura y saber frenar, y eso se aprende en cuatro clases, como te decía antes. Y después es sólo llevar protecciones y salir a disfrutar. Una vez que tenés dominada la técnica y el freno, es muy sencillo. 

Realmente es un deporte que lo puede hacer cualquiera. A veces la gente viene con cierto temor a las primeras clases, pero la idea es que no sufran esa primera aproximación al patín. Por eso estamos al lado de ellos siempre. Muchos nos dicen que tener al profe al lado les da una seguridad inmensa, 

Muchas mujeres me dicen:”yo me siento segura que estás vos, pero cuando me suelte y vaya sola, no sé qué voy a hacer si no escucho tus indicaciones”, pero les digo que confíen, que lo van a poder hacer, y de hecho lo hacen. Hay domingos que estoy en casa comiendo con mis hijas y de repente me mandan un video mostrándome cómo están patinando por su barrio, disfrutando al aire libre, y me agradecen por haberles enseñado la técnica y haberles sacado el miedo. 

Y la verdad que en cada uno de esos momentos de reconocimiento vuelvo a sentir el mismo orgullo y la felicidad que sentía cada vez que me colgaban una medalla, hoy sabiendo que en un momento dejé y decidí volcar todo eso a gente que comienza de cero, Y eso, para mí, es lo más importante.

Por Marcelo Iglesias

Fotografías: Fabián Sans