Fotografía documental de Martín Fernández

La cena de los machos

Rituales, códigos, directas e indirectas, vinos, degustación, comunión, acidez, colaboración (compras, cocina, soporte, lavar, servir), postre, rugby y/o fútbol, río, camaradería, agua, birra, hielos, gin, tónicas.

Una cena no es poner alrededor de una mesa a diez o más comensales a que simplemente coman, beban y conversen; es un tanto más complejo e irrepetible semana a semana. Y está claro que por sí solo un buen vino o una exquisita bondiola marinada con cuatro horas de cocción no son factores para aglutinar personas tan distintas alrededor de una mesa cuadrada debajo de una pérgola sin terminar.

Los objetos se disponen en cierto orden: vino, queso, agua, aceitunas, papas fritas, cerveza, berenjenas al escabeche, morrones asados, dos gaseosas de distintos sabores, pan casero de masa madre, una mousse de chocolate belga casera, limoncello, masitas de chocolate y dulce de leche, cebolla caramelizada para acompañar, y un chutney picante. Esa pila de elementos queda rodeada por ellos, que esta noche son doce pero la semana anterior fueron nueve y puede que la próxima haya presencia del staff completo y sean los trece.

El puntapié inicial lo da el primero que llega al lugar y empiezan a acomodar los elementos, aunque en lo formal el comienzo queda sellado por el abrazo en el que se funden Ale y Diego con cara de estar jugando una mano de truco casi sin cartas. Con ese símbolo, se da por iniciada la cena de los machos. La primera botella de vino no tarda en caer junto a dos latas de cerveza y una jarra de agua con limón, todo se repone con celeridad.

Fútbol, rugby, política, chistes, economía, viajes, montañas, running, ciclismo, historias de vida. La licuadora ya está encendida y a máxima potencia y así los temas salen uno atrás de otro mientras se solapan y se pisan. Los chistes son repetidos y ya se sabe con cual se va a enganchar el del cementerio, pero igual aparecen las risas y las carcajadas.

Se termina la fase de la picada por el simple hecho de que ya no queda nada más, desapareció casi todo y la bondiola se desmecha sola en cada plato en compañía de unas papas a la crema con pimienta algo picante y muy fuerte de sabor. La discusión ronda alrededor del fútbol esta vez.

Ya con la mousse de limón a cuestas y terminada la acalorada revisión futbolera se abre un espacio silencioso sobre los placeres mundanos, los secretos y lo que tal vez sea políticamente no del todo correcto mientras pasan chocolates, alfajores de maicena y nueces. Ya se puede vislumbrar el cierre de la velada cuando la última cucharada del postre se termina. Y así inician la diáspora de la noche. En menos de diez minutos se levantan los platos, cubiertos, vasos, fuentes, botellas y latas vacías, se lava todo en la pileta y se acomoda en el secaplatos. En el final vuelven los chistes y los planes de un fin de semana en “Pinamo” para reponer fuerzas antes de que se vaya el verano.

Besos rápidos, abrazos de camaradería, todo cruzado; se suben a sus autos y la bandera a cuadros los pone en carrera directa a sus camas, fin de una cena más.

Dos mujeres de General Pacheco

No soy un gran visitador de museos; en eso soy más bien errático e inconstante. Pero como en muchas cosas en la vida, suele haber una excepción, y en mi caso hubo una salvedad con nombre y apellido: el Museo Histórico de General Pacheco.

La crónica del museo no es lineal ni mucho menos pareja, luego del puntapié inicial dado por Isidoro Antih en 1989 para ver qué hacer con un montón de elementos inherentes a la historia de General Pacheco, el recorrido fue en zig-zag. Primero hubo un par de exposiciones en la biblioteca de General Pacheco en los años 1990 y 1991 donde se mostró algo de todo el material que Isidoro había coleccionado.

Luego, en 1995 se realizó la primera inauguración del museo para cerrar en el 2002 debido al vandalismo y a un incendio que puso en riesgo el patrimonio histórico y edilicio. La siguiente etapa fue muy breve, se volvió a abrir en 2011 para cerrarlo en 2015 debido a que se parecía más a un mercado de pulgas en muy mal estado que a un museo, y la decisión fue cerrarlo para rehacerlo. Y luego de siete años de arduo trabajo, en 2022 finalmente Silvia y Andrea lideraron la reapertura del museo con el formato que tiene hoy en día.

Ellas son complementarias en carácter, diferentes en estilos, y con historias no muy similares, pero lo cierto es que juntas crearon un espacio para la gente de General Pacheco donde pusieron objetos, fotos, mapas, ropa, de forma prolija para que podamos recorrer una parte de la historia de General Pacheco.

El museo está emplazado en lo que era la casa del encargado de lo que en su momento fue Radio Pacheco, detrás de la oficina del Correo Argentino que también tiene su propio valor histórico, pero esa es otra historia. El alcance de su obra en el museo también se extiende por momentos a la Estancia El Talar y sus caballerizas, el imponente Palacio de los Pacheco totalmente traído de Francia, junto con El Castillito y también la Iglesia gótica.

Silvia Dego y Andrea Dubovik también son de General Pacheco, y de ahí su interés en preservar el patrimonio histórico; sus historias personales están radicadas y atravesadas por este lugar.

Durante más de un año tuve la suerte de acompañarlas en varios de los sábados cuando abren el museo al público, me senté a un costado cada uno de esos días observando con mi cámara a la mano y  con el dedo en el botón de disparo, atento a ellas. Silvia y Andrea fueron mi foco.

Ellas limpiaron, buscaron fondos, pintaron, seleccionaron objetos, armaron la curaduría, ensamblaron, montaron, y volvieron a limpiar y  pintar hasta tenerlo listo para el público. El museo son ellas dos, y ellas dos son el museo.

IG @martinnegrofernandez