Sin la intervención de faraones, un puerto natural de Chubut, en las cercanías de Puerto Madryn, creó una pirámide que guiaba a los pescadores, cual faro, a atracar después de la faena. Para 1960 en Puerto Pirámide (así, en singular), apenas vivían 80 personas. Casi todos viviendo del mar. Tres centenas de ejemplares de la Ballena Franca Austral llegaba cada año en su camino hacia las temperaturas más cálidas y se estacionaba una larga temporada sobre sus costas. Nadie en el pueblo las miraba. Pero algunos descubrieron sin querer el atractivo que podían representar. Hoy, esos dos pioneros, siguen con la saga familiar, llevando a los más de 100 mil visitantes del mundo que llegan por temporada a vivir la experiencia.
Peke Sosa y Jorge Schmid, ninguno nativo del lugar, pero hoy ya parte de su ADN, fueron los pioneros en ver, casi por casualidad, el futuro entre cetáceos, olas y atardeceres.
Adalberto Sosa, “Peke” hoy tiene ochenta y un años. Nació en las cercanías de Rosario. Llegó a la región de Península de Valdés con 21 años. «En el año ´67 -cuenta Pamela Sosa, esposa de Mickey, hijo de Peke y madre de Tomás, todos en el negocio familiar- Don Antonio Torrejón le propone trabajar en el Centro Patagónico y lo envía a hacer el curso de guardafauna a Buenos Aires y así se concierte en el primer guardafauna de la provincia del Chubut. Empieza a trabajar en la Lobería de Punta Loma, en Puerto Madryn. Para entonces, Roger Payne, el mayor investigador de ballenas del mundo, las investigaba, pero no las conocía. Torrejón empezó a llevar a Payne a Pirámide. Le pedía a Peke que fuera su guía”. Era el año ´69. Peke le relataba al especialista todo lo que él veía. Vivieron juntos esa experiencia de manera reiterada. Esas fueron los primeros avistajes de la historia de Península de Valdés.
«Torrejón que era un visionario -sigue Pamela-. Nota que las ballenas cada vez se quedaban más tiempo y que se podía empezar alguna idea más allá de la investigación. En el año ´70 se hacen el primer avistaje comercial con dos turistas, pero aún no estaba formalizado el servicio”. Peke tenía un botecito que usaba para entrenar su afición de pescador submarino. Es diecisiete veces campeón argentino de casa submarina. Fue esa nave modesta de práctica en la que llevó a esos dos turistas y concretó la primera salida sin investigadores”. De esta navegación en ese botecito en el que Peque lleva a quien estuviera interesado a mostrarles las ballenas. Para el año ´73 la formalidad comenzaba, con su emprendimiento familiar que es gran parte del éxito de la experiencia en el sur argentino.
El primer emprendimiento formal ideado exclusivamente para realizar avistaje de ballenas fue una asociación entre Mariano van Gelderen, un ex rugbier porteño amante del buceo y la vida natural que falleció a los 71 años en 2015 a quien apodan como “el rey de las ballenas»; y Jorge Schmid (75), del barrio de Belgrano que se había instalado por la zona para practicar una de sus pasiones, el buceo. El primer viaje de su asociación se hizo también en 1973. Estrenaron una lancha con capacidad para siete turistas y cinco personas de tripulación
“Ni siquiera éramos dos empresas -relata Pamela-. Mariano y Jorge por un lado, Peke, eran amantes de su trabajo y hacían con pasión lo que más sabían”. A partir del año ´81 se formalizan como prestadores”.
La prehistoria de las ballenas
Peke nació en Pérez, Santa Fe. Durante el servicio militar entró en la Armada, en el área de buzos tácticos, sin saber nadar. Hace toda su carrera allí y llega en un buque de la armada a Puerto Madryn a hacer unos ejercicios. Conoce a Elsa, que después sería su esposa y ya se queda. Luego de casarse, tienen dos hijos: Mickey y Juan. Aquél es capitán guía ballenero desde el año ochenta y uno. «Es el primer capitán ballenero nacido y criado acá”, relata Pamela, su esposa. Con solo dieciocho años y desde ese momento ejerce la profesión ininterrumpidamente. Su hermano Juan, está a cargo de la parte operativa y Pamela, es la gerente general. La comercialización está a cargo Gerónimo (29) y Tomás (27), hijos de Mickey. Los dos son capitanes y están haciendo el curso de guías balleneros. “Están arriba de las lanchas desde recién nacidos”, explica Pamela.
Solana (32), la hija mayor de Mickey, es diseñadora de indumentaria y se encarga de la administración y reservas. Delfina (25) es la más chica de Mickey es diseñadora gráfica. “Siempre había dicho que no iba a participar de la empresa -sigue Pamela-, solamente en lo que fuera necesario con respecto a su carrera, de hecho es la que maneja toda la imagen. Sin embargo hace dos años, después de la pandemia, decidió por voluntad propia incorporarse y también está en reservas».
La cuarta generación: los primos Mía y Beltrán Sosa, se estrenaron en los avistajes a los pocos meses de nacidos. “Como todos en la familia, se criaron arriba de las lanchas. No solamente es un trabajo, es una forma de vida”.
Jorge Schmid, en tanto, cuando llegó a Puerto Madryn a principios de los años ´70 tentado por el buceo, “quedó enamorado del lugar y de sus alrededores -cuenta su hija Malena-. A partir de ese momento, se involucró con el mar. Comenzó con el buceo, la pesca artesanal y las actividades náuticas de verano, donde siempre estuvieron presentes las ballenas dando vueltas”. Su familia está compuesta por Jorge, quien sigue al frente, junto a sus dos hijos Axel (31) y Malena (33). Ellos se encargan de las tareas diarias, mientras que Jorge se ocupa de la parte gerencial. “Para los ´70 -cuenta Malena, licenciada en hotelería e instructora de buceo egresada en Puerto Madryn-, se navegaba en lanchas muy pequeñas, con una capacidad máxima de 8 pasajeros. Para poder salir las condiciones climáticas debían de ser óptimas. En cambio hoy, las embarcaciones cuentan con capacidad para 70 personas. Antiguamente no llegaban tantas ballenas como ahora y la experiencia se limitaba solamente a los meses de octubre y noviembre. Hoy se desarrolla durante 8 meses al año. Al comienzo, el total de visitantes estaba formado por un 90% de extranjeros. Ahora se ha acrecentado notablemente la cantidad de argentinos”.
Para Malena “el avistaje tal como lo conocemos fue un camino largo, lleno de pruebas y errores, muchos fracasos y triunfos. Afortunadamente, hoy es una actividad muy segura, que ha requerido una gran concientización sobre el cuidado del medio ambiente y los cetáceos en su hábitat natural».
Fue Jorge Schmid el responsable de pasear a una princesa en noviembre de 1995. Es casi imposible recorrer la región de Valdés sin toparse con las anécdotas y las historias que dejó entre los lugareños el paso de Diana Spencer, Lady Di. “Berretín”, fue la embarcación con Jorge en el timón, llevó a la comitiva de dos decenas de personas. De aquella época datan las crónicas de La Nación que aseguran que «Schmid contó que Lady Di estaba constantemente asediada, ya sea por su comitiva, por el personal de seguridad que la protegía o por los medios que, según los cálculos del hombre de mar, ese día superaban los doscientos». “Me llamó la atención -relató Jorge entonces- que en cuanto ella se movía en la embarcación se escuchaba el chasquido de las cámaras de todos los periodistas. Por eso, llegado un momento, se le pidió a las embarcaciones que los llevaban que se alejaran para que Lady Di tuviera un avistaje normal y tranquilo”. Aún conserva la carta de agradecimiento que le enviara la ex princesa de Gales. Malena recuerda “papá siempre me cuenta que mi prima, que vivía en Londres, lo llamó y le dijo: gordo, te vi en la televisión en Londres junto a Lady Di. Eso fue una locura, cambió nuestro trabajo para siempre”.
Este viaje tiene mucho de magia. Un espécimen que mide de 13 a 15 metros y pesa unas 4 toneladas es el que se sale a buscar. No es seguro. No hay un “espectáculo” contratado, no es una entrada a un musical de Broadway. Nada está confirmado. El silencio es fundamental. Lo habitual es que se acerquen curiosas de las embarcaciones. Su recorrido entre ellas y sus zambullidas son una experiencia que elige la ballena. Se acercan ellas mismas, pasan por abajo del barco, son muy sensibles. «Alguna que otra vez el mar estuvo un poco más movido que lo normal -dice Pamela-. A la gente le da un poquito de temor, pero no pasa nunca a mayores porque se trata de una convivencia muy respetuosa por todos. Prefectura cierra y abre el puerto dependiendo de las condiciones climáticas, entonces se trabaja de una forma muy profesional muy organizada, con muchas normas que cumplir y quienes están al mando de las embarcaciones son gente de la náutica totalmente profesionales y guías especializados en el avistaje de ballenas. Increíblemente a veces los capitanes te advierten «mirá para allá que va a saltar”, y la gente te mira incrédula. Pero es así, ellos conocen los comportamientos de esos animales en un ambiente totalmente salvaje. Esto no es acuario. La tarea de los profesionales justamente es vivir todos estos comportamientos.
Cada nave parte con dos guías balleneros, uno capitanea el barco y otro orienta a los pasajeros. Desde 2007 existe la ley 5714, que determina la “Técnica Patagónica de Avistaje de Ballenas”. En ella se determina desde la velocidad a la que puede circular la embarcación, la distancia máxima de aproximación de 50 metros (la ballena puede acercarse aún más al barco, pero no al revés), en qué momentos se puede navegar y las restricciones cuando hay ballenas con crías o durante la reproducción. “A Pirámides -explica Malena- las ballenas vienen a copular, a tener a sus crías o criar a sus bebés hasta que llegan al año de edad».
La sonrisa del capitán
Una constante entre los tripulantes es la sorpresa. Pueden haber salido cientos de veces, pero en ese instante en que emerge una cabeza negra, la admiración por la naturaleza aparece como si fuera la primera vez. «El vínculo con las ballenas es difícil de expresar -intenta explicar Malena-. Estamos prácticamente todo el tiempo arriba de los barcos y quedamos en shock cada vez que aparece un animal de semejantes características, de ese tamaño y que sea tan sensible, que te genere tanta paz. La experiencia te provoca una conexión única que reveladora para nosotros que estamos en cada experiencia, aún cuando estamos acostumbrados a estar todo el tiempo en el agua, imaginate lo que le sucede al visitante que lo ve por primera vez. Esa sensación es indescriptible”.
Los especialistas en ballenas coinciden en que Península de Valdés es el mejor lugar del mundo para el avistaje. A la hora de emprender la propuesta Pamela sugiere: “entender que estamos entrando en un hábitat natural de un animal totalmente salvaje con comportamientos que se han promocionado mucho tiempo: el salto, la cola, pero tenés que disfrutar del animal en el estado en que lo veas. No es posible mover una embarcación de un sitio a otro para ver un salto un poco más allá, tenés que gozar de ese animal como quiera mostrarse. Por otro lado, entiendo que todos queremos la mejor foto, la mejor selfie, pero, a veces nos olvidamos de disfrutar. Recomendamos que lleves tu equipo para tomar imágenes, pero no te concentres en eso, mirá. Eso que está pasando, aunque hagan mil salidas, no va a volver a pasar. No te pierdas un momento increíble».
Para Malena es fundamental no dejarlo para el último día “porque el clima te puede jugar una mala pasada”, y también afirma que “los mejores meses para ver a las ballenas son agosto y septiembre».
Sin embargo, Pamela invita a tener la mente abierta: “vení a Península Valdés a recorrer, conocer las ballenas, hacer avistajes costeros y entender que no somos solo ellas. Tenemos temporada de delfines, hay elefantes y lobos, marinos, pingüinos, fauna terrestre, culturas muy importantes y muy arraigadas como la galesa, los dinosaurios en Trelew. La comarca Península Valdés está integrada por muchas localidades como Puerto Pirámides, Puerto Madryn, Trelew, Gaiman, Rawson, Dolavo, Veintiocho de Julio. Todos tenemos mucho para mostrar.
Por Macarena Neptune