Mientras veo a los tigres pescar

Un profundo y grave cello suena repetitivo cuando las paletas del motor salpican sobre el agua. Con el paso de las horas, el sonido se hunde en el paisaje. Se transforma en un rumor imperceptible. La explosión de los címbalos y los triángulos, con tonos que penetran hasta en los oídos más cerrados, hace sonreír a las palustres que son testigos de las voces de los niños. Nadamos con una escuela a cuestas. Como caparazón de un quelonio gigante sobre nosotros va un pequeño mundo para los que estamos dentro y también para quienes nos esperan en cada parada.

La zona tropical repleta de esteros se sostiene tomada de los árboles que soportan el agua salobre y afincan las pequeñas islas que lo forman. Los manglares son escasos en el mundo (China, Brasil) y se caracterizan por generar tráfico de aguas entre dulces y saladas, dando vida a una naturaleza diferente, diversa y frágil. El calentamiento global deterioró de manera rápida y extrema al ecosistema del sur de Bangladesh. Allí donde se lucen los tigres más majestuosos del planeta, la vida pasa entre inundación e inundación. La leyenda que más se escucha es la de los azarosos pescadores que se encontraron en medio del agua, frente a su embarcación, con un tarascón de colmillos de tigre tratando de pescar algo para comer. Cómo rodeado de un Nilo local, cada año el manglar desaparece bajo las aguas y reaparece lentamente, en tanto unos pescan y otros crecen.

Mientras mira cada mañana a los tigres nadar, Abul Hasanat Mohamed, prepara su barcaza para zigzaguear por el Trópico de Cáncer durante todo el día. Ya no sabe bien por cuál de los 58 ríos lo hace. El mapa del agua ha quedado inabordable frente a la pérdida de los antiguos cauces del delta de los ríos Ganges, Brahmaputra y Meghna y sus afluentes que dan vida a tierras de aluvión muy fértiles, a la vez que vulnerables a las inundaciones y a la sequía.

Viven allí 169 millones de personas. Nacen cada año 2,1 millones de niños según datos de Naciones Unidas. El 90% de la población son musulmanes que se apiñan en una inmensa jungla pantanosa de 710 kilómetros de longitud, limitando el norte del golfo de Bengala. Conviven con un clima subtropical monzón caracterizado por una temporada de intensas lluvias anual, temperaturas moderadamente calurosas y una gran humedad. Los desastres naturales como ciclones tropicales, tornados y macareos son normales todos los años. El país recibe una media de 16 ciclones por década. Nadie lo creería si se deja llevar por la belleza de las blancas sonrisas que ocupan toda la cara de los niños.

Aquí la mayoría tiene posesiones temporarias, mientras el clima lo permite. Las niñas no están autorizadas a circular solas grandes trayectos, lo que dificulta su posibilidad de educación. Las escuelas son caducas, como plantas. Mueren en cada esfuerzo de temporada. Las inundaciones extremas pueden cubrir hasta dos tercios del país. «En 2007, aproximadamente 1,5 millones de estudiantes, alrededor del 10 por ciento de los matriculados en la escuela primaria, se vieron afectados por las inundaciones. Desafortunadamente, estos son estudiantes rurales que tienen problemas para acceder a la escuela, incluso en circunstancias normales», explica Mohammed Rezwan, quien en 1998 fundó Shidhulai Swanirvar Sangstha. «Desde la edad escolar, pensé que debía haber una solución a este problema». Decidió por entonces que si los niños no podían llegar a la escuela, ésta debía ir por ellos. 

Los surfers de las inundaciones

El motor vuelve a su ritmo de cello profundo y las voces de los niños se superponen con sus tintineos de címbalos y triángulos. Allí llegan Anna Akter y Khushi Khatun tan rápido que casi no se ve el movimiento de sus pies. Son dos de los estudiantes de nueve años de la escuela flotante en el remoto distrito de Natore de Bangladesh. Anna, apenas sube dice que podría haberse perdido gran parte de lo que aprendió si no fuera por el aula barco. Khushi exhibe los materiales de estudio gratuitos que obtiene al asistir a la escuela flotante. Su padre, Nazir Uddin, es agricultor. Asegura que «si no hubiera existido esta escuela, habrían tenido que caminar dos kilómetros a lo largo de una senda embarrado o hacer un largo viaje en bote durante el monzón, para llegar a estudiar», una rutina que hubiera desalentado a los niños para seguir la cursada.

La barca que conduce Abdul es como un gran pasillo. Larga y angosta, lleva un ambiente principal que replica las viviendas de tierra: una especie de cuarto multipropósito construido con juncos. Su techo es un bosque de paneles solares. Ese fugaz encuentro de las tradiciones y la vanguardia articula la realidad de dos mundos. La energía interior se consigue del sol. Con ella se encienden algunas lámparas potentes en el interior y la computadora conectada a Internet. Sin embargo, la identidad de la decoración la da el pizarrón que preside como rey el auditorio de dos naves de sillas alineadas prolijamente. El orden interior es un refugio para el caos del sistema. 

«Antes de lanzar el primer bote escolar, desarrollamos un prototipo y lo probamos en una comunidad ribereña – afirma Rezwan-. Más tarde lo testeamos en diferentes configuraciones para verificar su robustez. La fase de prueba generó nuevas ideas y, en función del rendimiento de los barcos, realizamos cambios en el diseño». Hoy cuenta con casi 100 establecimientos que navegan cada uno por un área de 2 km. cuadrados.

El paseo se hace sin ticket, pero se cobra atención, esfuerzo y dedicación. Todos pueden subir, pero allí se comprometen a estudiar. Las escuelas brindan educación primaria. Durante las clases, los estudiantes descubren una variedad de temas. Por ejemplo, aprenden sobre el medio ambiente a su alrededor, explorando cuestiones como la contaminación del agua, la conservación y la biodiversidad. 

Mohammed Rezwan creció en el noroeste del país. Experimentó el debilitamiento del acceso a la escolarización propia y de sus amigos debido al monzón. «Fue difícil para mí aceptar la situación -cuenta-. Con mucho esfuerzo de mis padres llegué a estudiar arquitectura». Consideró dedicar su vida a construir escuelas y hospitales, pero luego se dio cuenta de que pronto estarían bajo el agua. Pensó en barcos, pero no encontró a nadie para invertir en sus ideas. Luego comenzó a trabajar como emprendedor social y fundó la organización sin fines de lucro Shidhulai Swanirvar Sangstha.

«Comencé con 500 dólares de mi propia beca escolar, ahorros y con una computadora vieja – relata-. No tenía experiencia en la redacción de propuestas de subvenciones, pero investigué sólo en Internet y escribí correos, me presenté a cientos de organizaciones que pensé que podrían ayudar. Me llevó cuatro años generar fondos para construir la primera escuela flotante en 2002». Son 88.000 los niños que hoy pueblan las barcazas escolares.

La organización también opera una flota de botes que sirven como bibliotecas y centros de educación para adultos, donde los padres reciben capacitación sobre los derechos de los niños y las mujeres, nutrición, salud e higiene, agricultura sostenible y adaptación al cambio climático. Utilizan equipos multimedia para proporcionar esta capacitación. «Nuestro trabajo alienta a los padres a enviar a las niñas a las escuelas -asevera Rezwan-, al mismo tiempo que intentamos crear conciencia sobre las mujeres para que utilicen transporte y aumenten sus capacidades para afrontar una vida sostenible y aprovechar oportunidades económicas.

Usar el saber

«Después de casarme, me quedé en mi hogar como ama de casa -cuenta Nazma Khatun-. Ahora soy maestra en esta escuela». La misma a la que concurrió su hija que ahora cursa estudios de nivel medio. «Esta posibilidad no sólo permitió a los niños estudiar, sino que no separó a las familias: los pequeños se quedan en sus hogares. Ya no viajan para alcanzar la escuela. Ella va por ellos».

Las embarcaciones están especialmente diseñadas para ajustarse a cualquier configuración de equipo energético, así como para proteger a los recursos electrónicos de las inclemencias del tiempo, incluso durante la altura del monzón. Han construido botes utilizando conocimiento, mano de obra y materiales locales. Pero supieron articular conocimientos: las barcazas incorporaron vigas de metal para permitir espacios abiertos sin columnas, con aulas más integradoras. Los pisos son de madera flexible. Los techos más altos e impermeables, con capas sucesivas que los hacen fuertes y resistentes a las torrenciales lluvias monzónicas.

Abul Hasanat Mohamed ha iniciado la jornada recorriendo su ruta habitual, que le lleva un par de horas hasta que reúne a toda la concurrencia de su aula. El bote escolar sirve primero como un autobús, deteniéndose para recoger a los niños de las paradas junto al río. Cuando éste está a pleno, se detiene en uno de los puestos, el que se alterna día a día. Los paneles solares de su techo se conectan a los equipos que así lo requieren en la comunidad en la que atracó. De ese modo, además de impartir las clases, se dota de energía a los domicilios particulares, sea para las lámparas led de uso personal o para los pequeños utensilios domésticos o de trabajo en las granjas. El bote escolar dicta 3 clases diarias. 

«Cada escuela consta de un aula para 30 estudiantes, una computadora portátil, cientos de libros y recursos electrónicos -explica el emprendedor social-. Ofrece educación primaria básica hasta quinto grado. Hemos introducido el plan de estudios ambiental basado en el río que enseña cómo proteger el medio ambiente y conservar el agua. La energía solar permite que la escuela flotante ofrezca clases nocturnas a los niños que trabajan». 

A lo revolucionario que significa la escuela para una comunidad que había naufragado en su capacidad de educar a sus niños, el proyecto está impactando a la sociedad local en su conjunto con nuevas iniciativas en torno a las barcazas. Diseñaron una lámpara solar a la que llaman surya (sol en la lengua local). «Es una linterna innovadora de bajo costo hecha de partes recicladas del farol convencional de querosene usado -cuenta Rezwan-. Las mujeres nos los traen, allí colocamos una lámpara LED de 5 vatios dentro del globo de vidrio, que reemplaza la mecha y al quemador. A continuación, se coloca una batería de plomo sellada de 12V 7.5 Amp dentro del depósito de aceite. Su apertura se utiliza como toma de recarga con un interruptor debajo». El ex farol de querosene se convierte en una linterna solar «Surya-Hurricane». Una serie de luminarias se conservan dentro del aula barco. Los niños que desarrollan una tarea destacable durante la jornada adquieren el derecho a llevarse una a casa por una noche para iluminarse al hacer las tareas, pero también para aportar luz a la nocturnidad familiar.

Han creado algunas naves con una biblioteca permanente de 1.500 libros, 2 a 4 computadoras portátiles con acceso a internet, impresora y teléfonos móviles. Niños, jóvenes, personas de la tercera edad, y particularmente mujeres, aprenden habilidades informáticas y obtienen información sobre agricultura, biodiversidad, cambio climático, oportunidades laborales, derechos humanos, procesos y servicios gubernamentales.

Los centros flotantes de capacitación en agricultura (FFF) están equipados con computadoras portátiles conectadas a Internet, equipos multimedia y presentaciones educativas. Se abren camino a través de los ríos, atracando en las aldeas para enseñar a las mujeres y las niñas sobre nuevas habilidades, agricultura sostenible, adaptación al cambio climático y derechos de las mujeres. La conectividad a través de la red celular proporciona conexión entre usuarios y expertos agrícolas en el instituto de investigación central. Durante el día, el bote organiza programas de entrenamiento a bordo y, a última hora de la noche, se organizan programas educativos en grandes barcos para que muchas personas puedan ver desde sus propias casas.

El sistema de agricultor flotante combina un huerto junto con la cría de patos y peces en el agua. No necesita tierra. Está amarrado con una cuerda a la orilla de un río. Una jaula flotante estilo gallinero alberga hasta una centena de patos y está equipado con paneles solares para encender las luces. Flota en tambores cilíndricos vacíos. Está unido a un recintos subacuático para peces cercado por juncos. También tiene marcos de madera donde los agricultores cultivan berenjenas, espinacas, pepinos, granos y calabazas con fertilizantes naturales. «Capacitamos a los granjeros locales en el desarrollo de métodos integrados de agricultura flotante, para ayudarlos a continuar donde no hay tierra para cultivar -dice Rezwan-. Esto ha permitido a las familias sin tierra asegurar sus ingresos, alimentos y empleo durante todo el año». Shahnaj Begum, de 34 años, es uno de los agricultores del agua. Asegura que producen «suficientes verduras, pescado y huevos. Comemos y lo que sobra lo vendemos en el mercado. Podemos ganar dinero aún durante la temporada de lluvias. Esto ha aumentado nuestros ingresos y las expectativas de nuestras familias».

  Las clínicas flotantes atracan en las aldeas y organizan controles médicos a bordo para 300 personas por día. Los botes están equipados con los medicamentos, que los médicos entregan gratuitamente a los pacientes. También proporciona educación sanitaria a los aldeanos. «La innovación no siempre está relacionada con la expansión de los límites de la tecnología -advierte Mohammed Rezwan-. También se puede definir en como hacer un mejor uso de lo existente. El objetivo de toda tecnología es mejorar la vida de las personas. La innovación también está relacionada con dar esperanza y oportunidad a aquellos que pueden quedar atrás». Mohammed decidió devolver algo a su comunidad. «¿No es ese uno de los propósitos de la vida? -se pregunta- ¿Devolver algo a las propias raíces?».

  La «tortuga de río» (así llaman a las escuelas) ahora han llegado a niños en Camboya, Nigeria, Filipinas, Vietnam y Zambia, donde están teniendo un impacto transformador en la educación y las comunidades en regiones propensas a las inundaciones. 

Cuando los colmillos de los majestuosos tigres de bengala se insertan en las aguas calmas de las lluvias monzónicas para alimentarse, la orquesta de la barcaza de Abdul comienza una jornada nueva. Sale lista en su tono de cello a la búsqueda de las sonrisas de címbalos y triángulos. Todos listos para enseñar y aprender a pescar.

Por Flavia Tomaello