La psicóloga revolucionaria

Tal vez el mito supere a la realidad entre las leyendas. Seguramente el Barcelona de Pep Guardiola sea la excepción que confirme la regla. Su historia ha sido la conjunción de muchos astros en el mismo cielo. Cuando en 2003 para la era Pep faltaba aún un quinquenio, las autoridades del club hicieron la primera jugada que armaría parte de ese firmamento. Decidieron contratar un psicólogo. Una época en la que hablar de profesionales de las ciencias blandas en el fútbol parecía una irracionalidad. Además, eligieron a una mujer. Inma Puig ya tenía más de dos décadas como una de las mayores expertas en dinámicas de grupo, gestión de las emociones y liderazgo cuando tocaron a su puerta. Amiga de los desafíos, se puso a disposición. La idea era atravesar al FC Barcelona, desde el equipo de primera división a la masía (la escuela de inferiores). ¿Por dónde quiere empezar?, le preguntaron. “Por el cuerpo técnico -respondió-. Es el eslabón más débil”. Era lo que el entrenador que dotó al Barcelona de ese espíritu que hiciera historia, Frank Rijkaard, llamaba el “entrenamiento invisible”. Pasó 15 años acompañando al equipo de primera división, 8 con la Masía (la escuela de inferiores) y 8 en el primer equipo de básquet, de Xavi Pascual. La había contratado Jordi Monés, responsable de la junta del área médica del Barça. Llegó silenciosamente, se fue acomodando por propia aceptación de los deportistas. Con ciclo cumplido, se retiró del club en 2018.

Inma, por décadas escuchó frases como: “‘a mis jugadores les enseñará a ganar un hombre en el campo, y no una mujer afuera’”. Desde entonces ha dedicado toda su vida en atravesar la psicología con disciplinas que, aparentemente no tienen que ver con ella. Ahora trabaja con la familia de El Celler de Can Roca. En 2016 publicó “Tras las viñas. Un viaje al alma de los vinos”, escrito junto a Josep Roca, el conocido sommelier del restaurante, donde actualmente Inma Puig es la responsable del proyecto “Gestión de las Emociones”.

Acaba de lanzar el libro «La Revolución Emocional» donde pone de manifiesto el impacto de las nuevas tecnologías en los sentimientos y cómo lidiar con el futuro que nos arrasa. Entre muchas de sus frases, allí dice “si no te quisieron, es difícil que sepas querer”.

Tiene una forma muy “argentina” de aplicar la psicología. Y lo reconoce abiertamente. “Mi maestro fue argentino. Mario Jaite es mi inspiración. De hecho suelo rendirle homenaje con lo que llamo mis 1.600 son las horas con Mario. Sesión a sesión, aprendí lo que significa ser, pensar y trabajar como terapeuta».

Su vida profesional, aún antes de como psicóloga, comenzó como maestra. “Enseñaba a leer y escribir -recuerda-. Uno de los tres pasos fundamentales para la libertad: Caminar, leer y escribir y andar en bicicleta. Uno te permite deambular, el otro comunicarte y entender, el tercero proyectarte”. En ese tiempo comenzó a sentirse cada vez más cerca de las emociones de sus alumnos. Las ganas de entender la sobrepasaban y decidió hacer la carrera de psicología. También fue una aficionada al tenis. Allí empezó a percibir la necesidad de ahondar en la cabeza de los deportistas, saltó de la individualidad a los grupos. Las cosas fueron acomodándose solas. “Nuestra vida transcurre en equipo, en todo lo que nos pasa, incluso en los momentos de más extrema soledad, dependemos del otro -dice-. Puede ser que solo llegues antes, pero reunidos llegas más lejos”. Me derrumba en la cabeza una frase trepidante: “como el obediente que llega donde quiere el que manda; mientras el desobediente al lugar que él desea”.

Salto en largo

Es mesurada y cauta. Cuida de quien habla y habla más de los cómo que de los quiénes. A Inma desde siempre le interesaron las dinámicas de grupo, cómo es que se construyen las relaciones humanas, qué pasa con la gestión de emociones y conflictos en el día a día. Insiste desde sus comienzos en un par de presupuestos que parecen sencillos, pero que conllevan muchas presiones para las personas: “tenemos dos oídos y una boca, debemos escuchar el doble de lo que hablamos. Todo lo dicho, por duro que sea, se puede gestionar; tienes que mostrar tus sentimientos, eso no es ser vulnerable sino más fuerte”. En concordancia con sus gustos, la seducen los desafíos. “Me gustan los retos y si son difíciles me gustan más. La vida nos señala que solo vale la pena cuando se vive con pasión. La práctica nos demuestra que lo que se hace sin sentimiento se muere por el camino”. Bajo esa matriz que conjugó equipos, desafíos y emociones, el deporte se transformó en un vórtice perfecto. Primero fueron inquietudes individuales (que siguen poblando su consulta): futbolistas, tenistas, basquetbolistas; más tarde, proyectos integrales que, “de todos modos nunca dejan de lado a las personas. Porque eso es un equipo. todos necesitamos sentirnos cuidados, queridos, reconocidos, escuchados, y sentir que nos ponen límites. Estas son las necesidades básicas para sentirnos bien. Las personas somos como una planta: todos necesitamos lo mismo y lo que varía es la dosis”.

-¿Por qué sigue siendo tan poco frecuente la presencia del psicólogo en el deporte?

En la alta competencia se ve como natural, pero no siempre pensando en liderar al grupo. En un equipo hay un 50% de las cosas que pasan que se ven, se hablan y se pueden cambiar y un 50% de cosas que pasan que no se ven, no se hablan y no es podrán cambiar. Sin embargo, aún cuesta que se normalice la psicología deportiva. Es una cuestión de ignorancia. El trabajo con las emociones y eso que pasa y no se dice puede ser decisivo. He sido paciente. El tiempo lo ha demostrado: si estás bien mentalmente, puedes con todo”.

-¿Cómo llegó al Barcelona?

Ya era parte del grupo infantil, la Masía, Es una época compleja: crecimiento, familia que presiona, competencia… Frank Rijkaard pidió un psicólogo. Con él comenzamos a sentar las bases de la gestión emocional del grupo técnico. Es la bisagra entre dirigentes y jugadores y el tornillo que salta inevitablemente cuando las cosas no funcionan. Tenía sesiones grupales, pero también individuales. Cuando fue común mi presencia para los distintos integrantes del equipo, los jugadores comenzaron a acercarse, siempre con un riguroso secreto profesional, porque es parte del código deontológico de la psicología.

Quien públicamente dio cuenta de su aporte fue Andrés Iniesta en su libro “La jugada de mi vida”, el libro biográfico que publicó el futbolista español más laureado de la historia con un total de 39 títulos oficiales, nominado al Balón de Oro ininterrumpidamente entre 2009 y 2016 y autor de uno de los goles que le dieran a España su Campeonato Mundial de Fútbol en Sudáfrica 2010. Inma le ayudó a superar la depresión. “No nos enseñan a lidiar con el éxito -explica-, y puede dañar. Cuando se persiguen resultados, hay que cuidar a las personas. Ellas son las que los logran. Lo más difícil de gestionar triunfos es no tener tiempo para disfrutarlos. Jung decía: “cuando alguien me viene a contar un éxito, siempre le digo: espero que no te haya dañado demasiado». Ronaldinho fue el primer en creer que un cambio importante era posible, pero no hubiera fructificado si el Barça no hubiera tenido precedentes serios. Johan Cruyff, que fue un trampolín. Vivió años adelantado a su momento. Su continuador fue Frank Rijkaard, que hizo suya la revolución emocional.

-Es muy reservada en cuanto a los hechos concretos de esa etapa. ¿Pero puede explicar cómo es posible el cambio en la mente colectiva?

Los grandes hechos fueron sencillos. Gastamos mucha energía presuponiendo lo que le pasa al otro. Pero no tenemos todos los hechos como para acerar. Lo más probable es que nos equivoquemos. Una de las grandes herramientas fue ejercitarse en preguntar. Cuando lo omitimos perdemos la oportunidad de conocer al otro y de entender aquello que nos puede ayudar a tener una mejor relación y un rendimiento creciente.

A lavar los platos

El Celler de Can Roca es una empresa familiar. Tres hermanos y sus esposas involucrados en el que, tal vez, sea el primer restaurante con estrellas Michelin célebre a nivel mundial. Llegó a ellos hace casi 9 años. Según dice, con entusiasmo pero sin comprender por qué a las personas les resulta tan extraño. “Los que hacen cosas diferentes son mis clientes, yo trabajo siempre en lo mismo, con personas”, sentencia. En este punto le gusta repetir una anécdota que, según explica, la encarna. Pavel Slôzil, el entrenador de Steffi Graf, cuando le preguntaron qué se sentía al ser su entrenador respondió: “tuve mucha suerte al aceptar la propuesta de ser su entrenador porque si no ella hubiera sido la número uno del mundo y yo nunca hubiera sido su coach”. 

En coincidencia con la mirada de Inma por el éxito, cuando El Celler obtuvo su número uno del mundo, uno de los hermanos, Josep Roca, declaró “esto será lo más complicado, aprender a gestionar, a convivir con el éxito sin que nos fagocite”. De Inma ha dicho públicamente «nos ha abierto la puerta a la innovación emocional, cocinando a baja temperatura los sentimientos y destilando las emociones de nuestro equipo”.

Es que Inma insiste: “el éxito tiene poder anestésico. Es tan amable convivir con él. La temperatura es perfecta, los flashes no molestan, todos miran con admiración. Es muy difícil darse cuenta que hay que hacer cambios para seguir teniendo éxitos. Al trabajar con equipos aparece lo que llamo el síndrome del tanto por ciento. Todos tuvieron injerencia en lo obtenido, pero no es común que la percepción del porcentaje de participación esté acorde con el real. Empieza a ocurrir una competencia interna que desenfoca de la que debe lidiarse con los de fuera”.

Entre los desafíos que tanto la entusiasman, Inma escribió a cuatro manos «Tras las viñas”, junto a Josep Roca. “La idea fue de él -explica-. Un día le pregunté «¿tú crees que los vinos se parecen a quienes los hacen?». Se sorprendió con mi inquietud, pero sentenció casi sin pensar “son iguales”.  Le pedí bibliografía para adentrarme en el tema, pero no pudo recomendarme nada. Había mucho sobre vinos, pero pocos sobre quienes los producen. Ahí sin más, llegó la invitación a hacerlo juntos. “Yo hablaré de los vinos y tú de las personas”, me espetó

Con cierta ingenuidad infantil afirma que iniciar el camino de este libro le supuso cuatro años de recorrer viñas y “prender la luz a un cuarto oscuro”, una de las condiciones perfectas para que se embarque en la tarea. “Fue una gran revelación poder ligar a los sujetos, su existencia, sus antepasados y cómo todo ello determina la obra que hacen. Destapar una botella es abrir un camino hacia una historia de vida. El extra de emoción al probar el vino permite saborear el modo de contar lo que ese productor ha elegido”.

-Las emociones negativas, ¿también se deben expresar?

Todas. El tema es cómo. Guardarse los celos o la envidia, la tristeza a pesar del éxito, no ayuda a nadie. Ni a quien lo conserva para sí, ni al resto del grupo con el que se interactúa. Cuando es posible cambiar el modo de comunicarnos, nos sentimos más libres, siempre desde el respeto. Para comprender lo que pasa en los equipos es necesario entender a las personas. La empatía es necesaria tanto para poder expresar lo que se siente de un modo que no hiera a los demás, como para comprender eso negativo que el otro comunica. Esto es como subir a una montaña, hay dos caminos: uno es largo y fácil, el otro es más corto y difícil. El corto es ponerse en el lugar de la otra persona. Esto es difícil, pero entrenando se llega. El otro, el largo, está al alcance de todos. Consiste en escuchar lo que nos dicen y lo que no. A lo mejor lo que una persona desea es sentirse más valorado, y no necesariamente mejor pagado.

-¿Cómo se construye ese escenario posible donde todo se puede decir?

Quitando jerarquías en la consulta. Volviéndonos todos personas, excepto yo que mantengo la condición de facilitadora. Un ejecutivo de primer nivel a quien asesoro me decía que mi trabajo es casi imposible”, porque según me dijo hago decir lo que la gente no quiere ni pensar. Es una buena definición de lo que hago.

Por Flavia Tomaello