De novela, pero real

“Si vas a ser estúpido, debes ser duro”, sostiene John Grisham (1955, Jonesboro, Arkansas), abogado penalista en sus primeros años profesionales, pero, además, uno de los escritores más leídos del mundo, con más de 250 millones de libros vendidos. Abocado en sus comienzos a los casos policiales, su interés en los vericuetos penales de los delitos más controversiales, posó sus ojos en un doble homicidio ocurrido en Virginia, Estados Unidos.

Jens Söring (1966, Bangkok, Tailandia, con ciudadanía Alemana) y Elizabeth Haysom (1964, Salisbury, Southern Rhodesia, con ciudadanía canadiense) se conocieron en 1985 en la Universidad de Virginia, Estados Unidos. Ella, hija de un empresario de la industria del acero y de una artista, tiene cuatro hermanos de parejas anteriores de sus padres. Durante su infancia, pasó años en internados en Suiza e Inglaterra. Jens es hijo de un diplomático alemán y llegó a los Estados Unidos en 1977. Se instaló con su familia en Atlanta. Allí recibió una beca para jóvenes superdotados para ingresar a la Universidad de Virginia. Como parte de un grupo selecto de alumnos destacados, El y Elizabeth se conocieron allí. Ambos cultos, pero una cosmopolita y exótica, consumidora de drogas y excéntrica; él, un personaje descolorido, retraído, nerd pero extremadamente intelectual. Se convirtieron en pareja. Según declara Jens, fue su primera mujer. Mientras su entorno no comprendía qué los unía, ellos se atraían de un modo tóxico en diversos estratos. 

Derek y Nancy, los padres de ella, no veían con buenos ojos al nuevo novio, y tampoco el habitual consumo de sustancias en el que caía su hija. La mañana del 3 de abril de 1985, unos cuantos días después de los sucesos, la policía encontró muerto en su casa del barrio de Boonsboro en Lynchburg, Virginia, al matrimonio Haysom. En una escena dantesca que sorprendió a la policía local, acostumbrada a los delitos menores, Nancy y Derek habían sido degollados con tal crueldad que casi habían sido decapitados mientras cenaban. Sólo dos platos en la mesa. Algunas pisadas en la escena. Un asesino que se higieniza antes de partir. La casa sin aberturas violentadas. Elizabeth y Jens se encontraban de viaje: habían alquilado un auto para ir a Washington por el fin de semana. Más tarde se sabría que el vehículo se usó en una cantidad en exceso de kilometraje capaz de poner a cualquiera de los dos, o a ambos, en la escena del crimen, diluyendo su coartada. El documental «Hasta que el asesinato nos separe: Söring vs. Haysom” registra el paso a paso de los sucesos. 

En un comienzo descartados como sospechosos, la comunidad se conmovió por la soledad de Elizabeth que estuvo a cargo de todos los detalles de ambos funerales. 

La rutina policial los convocó a ambos jóvenes para brindar testimonio seis meses después de los sucesos, casi como un paso a cumplir. El primer indicio de algo extraño fue la negativa de Jens en brindar sus huellas. ¿Su argumento? Su procedencia alemana castigada luego de la posguerra le hacía temer un ensañamiento hacia su persona. Al día siguiente Elizabeht y su novio partieron de viaje. Casi por un año recorrieron parte de Europa, intentaron afincarse en Tailandia aprovechando el origen de Jens, hasta que finalmente se radicaron en el Reino Unido con documentos falsos obtenidos en Asia. En 1986 fueron aprendidos por la policía por una estafa con tarjetas de crédito adulteradas. Prófugos de la justicia americana y presionados por esta aprensión, Jens se autoincriminó, asumiendo la responsabilidad de las muertes de los padres de su novia, instigado por las conductas que, según Elizabeth le había contado, ejercían para con ella. 

Un larguísimo proceso judicial se abrió para ambos. Ella fue extraditada primero. El se negó a hacerlo y batalló por ser enviado a Alemania. El el proceso judicial ella se reconoció culpable de haber manipulado a Jens. Fue condenada a 90 años de prisión. 

Para 1990 él fue extraditado a los Estados Unidos luego del compromiso de no ser condenado a muerte. «Fui arrestado el 30 de abril de 1986 a la edad de 19 años, y luego pasé tres años bajo amenaza de pena de muerte hasta una decisión del Tribunal Europeo de Derechos Humanos en 1989. Tuve que luchar contra la extradición desde Europa porque me iban a ejecutar en Estados Unidos», relata en diálogo exclusivo con La Nación.

Ya en Virginia, en el juicio se declaró radicalmente inocente. Durante su tiempo en prisión había recorrido el expediente del caso de cabo a rabo y fue contundente durante sus juicio con apreciaciones que ponían en duda las conclusiones anteriores. 

Por entonces esgrimió que se hizo cargo del asesinato que materialmente cometió Elizabeth porque estaba enamorado y confió en que el poder diplomático de su padre lo iba a reducir sus tiempos en prisión. También sugirió que optó inculparse para poder pelear la extradición, arguyendo que sólo de ese modo era posible lograr ser trasladado a Alemania. Durante el proceso salieron a la luz situaciones de abuso a las que la madre de Elizabeht sometió a su hija bajo el silencio de su padre. También el vínculo simbólicamente enfermo que tenían Jens y la joven. No obstante, él también fue sentenciado a dos cadenas perpetuas consecutivas. »  Yo era una persona muy débil cuando entré en prisión -explica Söring-. Tenía 19 años. Era muy ingenuo. Tenía talento intelectual, pero no lo tenía emocionalmente. Era inmaduro. Fui condenado injustamente el 21 de junio de 1990. No quise aceptar ese veredicto. Entonces esa noche, intenté suicidarme con una bolsa de plástico en la cabeza. No funcionó. No tuve el coraje de volverlo a hacer. Y entonces supe que tendría que luchar. Entonces, el siguiente paso fue entender cuál era mi objetivo. Y ahí llegó la pregunta temida:¿estás aceptando lo que sucede? Para poder pelear, tuve que aceptar que tenía una doble cadena perpetua, pero no estaba dispuesto a morir en prisión. Creí que la única forma de salir era demostrar mi inocencia”.

Una olla a presión

Asegura que la lectura de «El hombre en busca de sentido» de Viktor Frankl lo inspiró fuertemente. “Puedes sobrevivir a cualquier cosa si tienes un objetivo por el que valga la pena luchar -dice-. Trabajé muy duro luchando contra el sistema. Escribí seis libros sobre temas vinculados a cómo la cárcel empeora a la gente mala, cómo construir segundas oportunidades, cómo expandir la vida con posibilidades… Usé la escritura para luchar contra el sistema. Usé los tribunales cuando fue posible. Construí una red de seguidores”.

El joven ensombrecido que se veía en la sala de audiencias se convirtió en un león embravecido luchando por su liberación. Durante ese tiempo abandonó el budismo y se convirtió al catolicismo apostólico romano. Escribió varios libros sobre su vida en prisión y sus creencias religiosas. «The Convict Christ”, de 2007, recibió el primer premio de la Asociación de Prensa Católica de América del Norte en la categoría «Preocupaciones sociales”.

Desde prisión, acompañó a su grupo de abogados en la elaboración de estrategias basadas en ausencia de pruebas o en diligencias judiciales erróneas. Su condena se sostuvo esencialmente en su primera declaración de culpabilidad, aunada a una serie de cuestiones circunstanciales concurrentes en la casa de los Haysom. Por un lado, según alegó Söring, no se encontraron rastros firmes de su presencia en la escena del crimen, salvo una huella de un pie que dos peritos expertos en este tipo de impresiones evaluaron de manera contrapuesta: para uno de ellos, calzaba como un guante; para el otro que la silueta mostrara similitudes no era prueba suficiente. Por otro, el modo en que fue tomada la declaración in¡cial en el Reino Unido tenía objeciones.

“En mi sitio web hay cuatro documentos que hablan de los tres grandes errores del caso: el ADN, de la huella del calcetín y de esa loca idea de que Elizabeth y yo lo hicimos juntos, lo cual no es posible -explica-. Hay ocho policías involucrados en este caso. Ricky Gardner, Terry Wright y ambos creen que soy culpable. Y luego hay seis que piensan que soy inocente: Chuck Reed, quien fue el investigador principal original antes de Ricky Gardner, Chip Harding, Richard Hudson, Stan Lapikus, Andy Griffiths y Dave Watson.

Entonces, de un total de ocho policías, dos piensan que soy culpable, seis creen que soy inocente, y todos coinciden en que uno de nosotros se quedó en Washington, D.C».

Su derrotero por los despachos legales se extendió casi tres décadas. Tiempo en el que le denegaron 14 pedidos de apelación. 

Con la aparición de la técnica de análisis de ADN cientos de casos comenzaron a ser revistos. Uno que el del asesinato de los Haysom. Luego de los testeros se confirmó que no había registros que ubicaran a Söring en la escena. Esto no fue suficiente para revocar la sentencia. Sin embargo, la tarea de Jens convocó a personalidades de todo tipo, incluida la ex primera ministra Angela Merkel que pidió por su caso al ex presidente Barak Obama durante una visita oficial. La liberación condicional de ambos se produjo en 2019. Ella fue deportada a Canadá y él a Alemania. Ambos estuvieron en dos salas con una única pared de por medio en el mismo sitio al momento de salir de los Estados Unidos. 

Hoy asegura que desea dejar el caso atrás. Que invirtió 38 años de su vida y quiere despegarse. De hecho, asegura que ésta es una de las últimas ocasiones en que hablará del tema. «Quiero hacer otras cosas -relata-. Estoy haciendo un podcast sobre sobre crímenes reales  desde adentro llamado Simpatía con el diablo. No se trata de mi vida, se trata de otras personas. Ahí estoy hablando con prisioneros con los que cumplí condena en Virginia porque algunos de ellos tienen casos realmente interesantes. En los dos primeros episodios hablo de mi último compañero de celda. En el segundo episodio hablo de Steve Eperly, la primera persona en Virginia condenada por asesinato sin que se encuentre el cuerpo del delito”. Otro proyecto que está llevando a cabo es el coaching online, «La gente viene a mí y busca desarrollar resiliencia en situaciones difíciles de su vida”, explica.

¿La resiliencia se entrena? “¡Qué buena pregunta! Una de las verdades es que no creo que hubiera escuchado a nadie más en esa etapa de mi vida. Pero fue un error. Cuando me encontré en una situación abrumadora, decidí que podía encargarme yo mismo. Debería haber hablado con alguien más, es algo que quiero transmitir a los jóvenes. No tienen que ser tus padres. Pero si estás enfrentando una situación que no puedes manejar, busque ayuda. Ninguno de nosotros puede hacerlo solo. Ese es el primer paso hacia la resiliencia.

Antes de la despedida, llega la última consulta: si alguien no supiera su historia y se acabaran de conocer, ¿qué le contaría sobre usted? «Supongo que el mensaje básico es que puedes cometer errores realmente terribles, pero si aceptas la responsabilidad puedes volver, luchar, superar un pasado, incluso uno tan difícil como el mío. La felicidad para mí es saber que me he mantenido fiel a mí mismo pase lo que pase. Nunca me rendí. No me rompieron. Todavía estoy aquí y sigo luchando. No obtuve justicia, pero sí libertad”. 

Disfrutando de ella, vive entre amigos y un perro, al que pasea siempre que puede por el bosque. «Una de las cosas horribles de la prisión es que no hay vida -finaliza-. No hay plantas. No hay animales. Ahora puedo caminar en el campo, disfruto del viento. Soy libre de hacerlo cuando quiera. Y es algo hermoso”.

Por Flavia Tomaello